Escribo estas líneas bajo la lluvia desde un gigantesco embotellamiento que me impide avanzar hacia el centro de París. Miro a mi alrededor. Veo rostros marcados por una mezcla de rabia e impotencia. A lo lejos se vislumbra un grupo de sindicalistas ferroviarios con bengalas pirotécnicas y pancartas que rezan “Macron, has descarrilado”.

En la orilla de la avenida donde estoy bloqueada, los contenedores de basura se encuentran desbordados. Por las banquetas corren decenas de estudiantes vociferando eslóganes antigubernamentales. Ellos también tienen prisa.

No pueden perderse la primera gran manifestación contra la reforma educativa que quiere acabar con el acceso universal a la enseñanza superior. Junto a los estudiantes protestan empleados del sector energético y de Air France. Vengo de la estación de tren de Montparnasse; ahí fui testigo de una parálisis total. Como en cualquier estación ferroviaria de esta ciudad, escenas de caos en los andenes repletos de viajeros, algunos de ellos cayéndose a los rieles empujados por el gentío, dan cuenta de la magnitud del movimiento social que se expande por toda la nación.

Bienvenido a la tierra de las huelgas y movilizaciones callejeras. Éste es sólo el inicio de una protesta masiva contra las reformas liberales impulsadas por el Ejecutivo de Emmanuel Macron, en primer lugar contra la reorganización del gigante estatal de ferrocarriles, SNCF, que tiene el monopolio de los servicios ferroviarios en el país galo. El coloso acumula una gigantesca deuda de 60 mil millones de dólares. Hacer circular un tren cuesta en Francia 30% más que en otras naciones de Europa. El Gobierno está decidido a abrir el sector a la competencia y suprimir las ventajas laborales de los empleados de la SNCF, como conservar el empleo de forma vitalicia con una jubilación temprana y una pensión muy elevada.

Pero cuidado, con los ferroviarios no se juega en Francia. Estamos frente al gremio más radical y poderoso, un ejército de 150 mil trabajadores que no piensan ceder ni un ápice a las presiones gubernamentales. Para perjudicar al máximo a los usuarios crearon un nuevo concepto de movilización, habrá dos jornadas de interrupción de servicio cada cinco días, en total 36 jornadas no consecutivas de huelga hasta finales de junio. ¿Aguantaremos?

El conflicto se anuncia largo y difícil, lo que pone a temblar a los cuatro millones y medio de personas que circulan en tren todos los días. Ahora las partes se obstinan en ganar la batalla de la opinión pública, de momento dividida en dos mitades. Nadie olvida la megahuelga de transportes de 1995 que paralizó el país y llevó a la disolución del Gobierno.

Todo indica que a los 50 años del Mayo 68, tendremos una primavera caliente.

JNO