Lo atribuyamos a lo físico o a lo metafísico, la realidad es que jugar para Cruz Azul se ha convertido en un martirio, correr con ese uniforme en un arrastrar de sacos de cemento, aspirar a un título en una quimera.

Sepultado el enésimo proyecto de ilusión celeste y con la calificación a la liguilla por demás inviable, se habla en La Noria de coaching, de asesoría psicológica, de apoyo para librar al plantel de tan empecinados espíritus.

Esto me remite a lo que planteaba el escritor brasileño Nelson Rodrigues en los años cincuenta: “El futbol brasileño lo tiene todo, menos su psicoanalista. Se cuida de la integridad de las piernas, pero nadie se acuerda de preservar la salud interior, el delicadísimo equilibrio emocional del jugador. Y mientras que vamos y venimos, ya es tiempo de atribuir al crack un alma, que tal vez sea precaria, tal vez débil (…) En el juego Brasil-Uruguay entiendo que un Freud hubiera sido mucho más eficaz en la boca del túnel que un Flavio Costa, un Zezé Moreira, un Martim Francisco”.

Los tres personajes mencionados fueron directores técnicos de máxima élite durante la época del Maracanazo. Con ello, Nelson deseaba enfatizar que el problema no pasaba por lo futbolístico sino por lo mental.

Pero, Freud y coaching al margen, volvamos al caso cruzazulino y pensemos en una de las frases atribuidas a Albert Einstein: “Locura es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes”.

La Máquina se mantiene en la misma inercia de irse de compras a Sudamérica cada seis meses, rotar su nómina de extranjeros y contratar a un entrenador del que en automático se esperan milagros. A eso se añade una guerra familiar por controlar su directiva y vínculos con promotores permanentemente referidos. Si el común de los proyectos triunfadores apelan a la definición de un camino, trabajo en categorías menores, coherencia, en Cruz Azul sólo se apela a la ley de probabilidad: tras tanta frustración, ya será que el título caiga.

La institución sinónimo de éxito en sus orígenes (sólo acumulaba 16 años de haber pisado la primera división y ya totalizaba siete títulos de liga en formato anual), hoy lo es de fatalismo, de tragicomedia, de teatro del absurdo.

Pensar que bastará con el coaching para revertirlo es tan simple como suponer que todo cambiará con los tres o cuatro sudamericanos de turno contratados en el semestre.

Cada quien sabrá a qué atribuir tan dilatada crisis, pero tampoco hace falta creer en fantasmas o maldiciones para admitir: que el genuino rival del Cruz Azul ha dejado de ser el que se enfrenta en la cancha y es ya la institución misma.

Twitter/albertolati

JNO

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