Llegó el día, ése que cada cuatro años nos deja llenos de amargura, enojo, rabia, coraje y toda clase se sensaciones que tienen que ver con la impotencia.

 

La búsqueda del sueño americano perdido, extraviado hace tiempo. La aventura de cada cuatrienio que nos revitaliza al inicio y nos termina dejando vacíos.

 

El viaje que inicia con la ilusión del “sí se puede” y finaliza con el “no se pudo”, ya será para la próxima.

 

Es la casa del dolor, de las angustias, la que ha hecho de la Selección mexicana un visitante distinguido más que incómodo. El escenario perfecto para el Tío Sam, amo y señor de Columbus, Ohio, fortaleza del equipo norteamericano, que basado en toda clase de estrategias, nos hace recordar que sí, en efecto, el futbol puede ser nuestro, pero la historia reciente es de ellos. Generaciones distintas de jugadores, ideas contrastantes, estrategias diversas, entrenadores de todos los cortes, pero todo sigue igual: “dos a cerou”.

 

Es una nueva oportunidad, quizá la más clara de los últimos años, porque nunca como hoy un equipo estadunidense al que le falta conjunto y carente de talento individual. Sí, puede tener un par de nombres, pero el estado actual es diferente. Y aunque nada se asemeje a un cheque al portador, es claro que Klinsmann no tiene al equipo como le gustaría; y eso, sin duda alguna, presenta nuevas oportunidades, porque sin contar con un equipo arrollador ni mucho menos, Juan Carlos Osorio tiene en su plantel más talento, más capacidad, más técnica y mejor estado individual.

 

México ciertamente enfrentará hoy a Estados Unidos, pero el reto más grande es con sus fantasmas, con su pasado, con su estabilidad emocional y mental. México debe dejar de abrazarse a lo que representa jugar en Columbus; como historia y parte del extenso anecdotario de esa tierra, sí que vale, incluso como aparato publicitario o un simple ejercicio periodístico, también, pero al jugador le toca desprenderse de todo ello para jugar un partido de manera inteligente donde la concentración absoluta es parte clave del encuentro. Y tampoco estamos para ponernos del lado de la soberbia y pensar que por contar con mejor plantel y creernos eso del que “el futbol es nuestro”, el equipo debe salir a comerse al rival, no. Alejémonos también de aquella tácita obligación de atacar. México debe jugar de manera inteligente y con orden permanente, ya que sobran los ejemplos para demostrar que los errores puntuales le han elevado la cuota de depresión en esta aduana.

 

Se trata de un partido de futbol, sólo eso. Tampoco resulta sano ligar el proceso electoral recién vivido en este país para entonces sugerir revanchas y situaciones similares.

 

Inicia la ruta de lo que anteriormente ha representado un cementerio futbolero para los entrenadores mexicanos. Dicho sea de paso, esto también forma parte de esos fantasmas de los que los jugadores y entrenador deben desprenderse.