PARÍS. “Es como si hubiéramos encontrado una catedral barroca levantada en plena Edad Media”, afirma el paleontólogo francés Marc Jarry para definir el fenómeno de la caverna de Chauvet, el templo prehistórico que revoluciona el arte rupestre.

 

El motivo es que el estilo artístico de las pinturas paleolíticas que adornan sus rocas le sitúan en un nivel paralelo a las encontradas en Lascaux o Altamira. Solo que las de Chauvet fueron pintadas 20 mil años antes.

 

“El control artístico del trazo, la belleza y la definición de las figuras no son propias de ese periodo”, asegura Jarry, del Instituto Nacional de Investigaciones Arqueológicas Preventivas (INRAP), resignado a que Chauvet obliga a cambiar los esquemas. A redefinir los paradigmas.

 

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Hasta ahora, una polémica enfrentaba a los paleontólogos desde que las pinturas salieron a la luz en 1994 en un recóndito paraje del sureste francés.

 

Unos, basándose en el estilo de las pinturas, afirmaban que eran obra del hombre magdaleniense, que habitó Europa a finales del Paleolítico Superior, hace unos 15 mil años.

 

Pero las pruebas del carbono 14 indicaban que la cueva había sido ocupada hace 35 mil años, lo que generaba una controversia.

 

Para resolverla, un equipo multidisciplinar de científicos de todo el mundo se lanzó a una vasta tarea de datación, utilizando buena parte de los métodos conocidos en nuestros días.

 

La conclusión es demoledora: “Ya no hay duda de que las figuras de Chauvet fueron pintadas hace 35 mil años”, indica Jarry.

 

El carbono 14 ha sido respaldado por otros métodos, el uranio-torio, el cloro 36 o la termoluminiscencia.

 

Gracias a todos ellos, los autores del trabajo, publicado en la revista de la Academia Estadounidense de Ciencias, han concluido que la cueva tuvo dos momentos de ocupación: primero hace unos 35 mil años, tras el cual un corrimiento de tierras clausuró la gruta.

 

Hace unos 23 mil años de nuevo el hombre penetró en la caverna hasta que, de forma definitiva, un enorme bloque de piedra la cerró para siempre hace unos 21 mil años.

 

“Desde entonces, ningún ser ha penetrado en la cueva, por lo que las pinturas no pueden ser obra de magdalenienses”, señala Jarry.

 

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La datación de los materiales pictóricos, carbón de madera en su mayor parte, permiten concluir que las pinturas fueron hechas en esa primera etapa. Y, por tanto, son obra del hombre auriñaciense, el mismo que hace 40mil años pobló Europa procedente de Oriente.

 

Eso supone que en aquella época el ser humano era capaz de una virtuosismo estilístico superior al que se creía, lo que sitúa a Chauvet en la primera división de los templos rupestres.

 

“Para mí, está a la altura de Altamira y Lascaux”, sostiene Jarry, quien sin embargo cree que Chauvet “les supera en frescura, en la impresión de que los grabados fueron pintados ayer mismo”.

 

La gruta no ha esperado a estos nuevos datos para convertirse en uno de los centros de referencia del arte prehistórico.

 

La inauguración hace un año de una réplica situada junto a la gruta original se ha convertido en un éxito de público.

 

Cuando el presidente, François Hollande, cortó la cinta que daba acceso a la reproducción, los responsables del lugar afirmaron que esperaban 350 mil visitantes al año.

 

Pero en su primer año de vida han recibido a 600 mil y el ritmo se acelera, según sus gestores.

 

Clasificada como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, la caverna original permanece cerrada al público para preservar a las pinturas, muy sensibles al contacto humano, como las de Lascaux o Altamira.

 

Solo los especialistas pueden penetrar en ella desde que fuera descubierta hace 22 años por tres espeleólogos, uno de ellos, Jean-Marie Chauvet, quien le dio el nombre con el que, ahora, pretende dar la vuelta a la prehistoria.