Es cierto que para el mal llamado Estado Islámico, para el DAESH, cualquier punto de Occidente es susceptible de ser objetivo a batir. Los ejemplos de Madrid, Londres, Copenhague o Bruselas lo atestiguan. Por eso toda Europa está en alerta máxima ante la posibilidad, nada remota, de que este grupo de vesánicos enquistados puedan cometer un nuevo atentado terrorista.

 

Pero de entre todos los países, Francia, concretamente París, es el objetivo preponderante. La etiología radica en varios factores.

 

En primer lugar, la comunidad musulmana en Francia es la más numerosa, con diferencia, de Europa. Pero es que además, durante bastante tiempo, muchos islamistas que viven en Europa han querido seguir sus costumbres jurídico-religiosas omitiendo su integración en el Viejo Continente.

 

Para los islamistas, concretamente para los yihadistas, ésa ha sido una cuestión irrenunciable –recuerden los problemas de Europa con los velos de las mujeres-. Se han agarrado a la librepensadora y visionaria Francia desde que en su revolución de 1789, declarara que “todos somos iguales ante la ley”. Pero una cosa es que todos seamos iguales y otra muy distinta es que, escudándose en la vieja estela de aquella revolución, los islamistas que habitan en Francia no se integren al modo de vida del país en el que viven.

 

Pero hay un poder de mayor peso aún con el que el DAESH intenta, una y otra vez, golpear a Francia. Históricamente el país galo ha tenido una gran influencia, tanto en el Magreb, desde Mauritania hasta Libia, como en el Sagel, de Mauritania a Egipto pasando por Mali o Chad. Se trata de una zona enorme que compone el gran norte africano y donde el DAESH ha tomado gran parte del control. No hay más que ver cómo está Libia o varios reductos en Egipto, Mauritania o Argelia.

 

Ante esto Francia no se ha quedado quieta. Trasciende muy poco en los medios; sin embargo, sus fuerzas armadas han golpeado incisivamente esa zona, diezmando cúpulas y comandos terroristas del DAESH, reduciéndolos a su mínima expresión.

 

Remontémonos ahora al 2011. Fue Francia la que lideró la ayuda a los rebeldes en la caída del dictador Gadafi; y fue también el DAESH el que empezó a controlar esa zona cuando se creó el vacío de poder.

 

Pero el antiguo presidente Nicolas Sarkozy quería pasar a la historia como otro Napoleón y no dudó en golpear a Sagel, Magreb o la propia Libia para demostrar quién tiene realmente el poder; se trata de un poder que además le viene del propio Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. No hay que olvidar que Francia tiene un sillón como miembro permanente. Todo ello se ha traducido en un odio visceral, en una animadversión del yihadismo –que no de los musulmanes- a Francia.

 

Esa aversión es ancestral. Los terroristas son jóvenes musulmanes de tercera o cuarta generación, de escasos recursos que se han ido reconcomiendo en la marginalidad.

 

Hay países como España a la que le unen muchas muestras culturales con el islam, pero poca influencia. Claro que España es target del yihadismo. Pero lo es mucho más Francia que, aunque no le unan lazos culturales, su influencia en el islam se ha convertido en un pulpo con tentáculos.