Una semana de Clásico Nacional que pasó desapercibida. No hubo cruce de palabras, retos, apuestas o las declaraciones que fungen como aderezos del gran platillo del fin de semana; es decir, un previo sin sabor, sin tonos. Y aunque no resulta lo más importante, siempre será necesario tenerlos.

 

Guadalajara llegó lleno de interrogantes y con el orgullo lastimado. América lo hacía con más seguridad, sin convencer a plenitud, pero con más argumentos.

 

Y mientras Fernando Guerrero camina hacia el centro del campo, nosotros rogando por un juego que rescate la triste jornada del futbol mexicano donde hubo muy pocas cosas dignas de ganarse un lugar en el rincón de las memorias; sólo el desencuentro de dos grandes amigos en Chiapas producto de… ¿un apretón de manos?  Resulta que Ricardo La Volpe le reclamó a Miguel Herrera por haberlo saludado al inicio del juego, situación que el “bigotón” no acostumbra simple y sencillamente porque lo considera de mala suerte, y dice que Herrera aun conociendo esta particularidad, fue a extenderle la cortesía.  Ver para creer.

 

Un primer tiempo de equipos rebasados de deseos y devorados por las ansias, pero limitados en claridad colectiva. Y son esta clase de juegos los que nos hacen recordar que en el futbol de alto nivel no basta con el coraje o la garra; nos deja claro que esa enjundia es estéril si no viene acompañada de efectividad y pulcritud técnica, porque no se trata de intentar, sino de lograrlo.

 

Con todo y todo Guadalajara se vio mejor en la primera parte, incluso consiguiendo un gol que, para rematar la depresión futbolera de la semana, Fernando Guerrero dio por bueno, pero al ver a su asistente con la bandera en alto, se acercó para recibir su versión, entonces anuló argumentando fuera de lugar, que después de revisar en un par de repeticiones pudimos observar que la pelota había sido peinada por un americanista, lo que ponía en posición válida a Brizuela.

 

Pero Guadalajara seguía siendo el Guadalajara de esta campaña: un equipo que no tiene punch, que puede tener formas pero no fondos, que crea pero no concreta.

 

En el balance general encontraremos mejor a los locales: con más oportunidades incluso jugando con uno menos, pero de nada sirve ganar en todos los departamentos estadísticos si en el rubro más importante, que es el de los goles, hay un vacío considerable.

 

A Chivas podemos aplaudirle el orgullo, los deseos, la capacidad de reponerse mentalmente a varias situaciones. Podemos reconocerle esa clase de valores que requiere cualquier equipo; podemos decir incluso que fue mejor, aunque al final no lo fue. Recuperó el amor propio, pero sigue perdiendo.

 

Y es que entre estos dos hay diferencias muy grandes: la calidad individual es una de ellas, y abrumadora. América tiene jugadores establecidos, de gran recorrido, mientras que Guadalajara posee varios prospectos y uno que otro consolidado. Chivas tiene estrellas en la nómina, mientras que su rival las tiene en la cancha.

 

América puede jugar mal, pero con jugadores de peso específico ha ido rescatando cosas que en el camino parecen perdidas, como lo fue ayer.

 

Al final, todos los ingredientes que requiere un Clásico para considerarse como tal se reunieron en Guadalajara; entre goles, errores arbitrales, conatos de bronca, expulsados, emociones, suspenso y pasión, América y Chivas nos regalaron un verdadero Clásico, uno que sí lo fue.