Hubo una vez una especie de aplicación de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos, instalada en todos los juguetes Apple. La misma aplicación podía leer las búsquedas en Google o los pedidos de Amazon. Se trataba de un inspector sin alma pero inteligente que seguía a millones de personas de manera simultánea. En Facebook, por ejemplo, el inspector se hacía pasar por un amigo omnipresente a quien no le podías dar like ni seguir porque era muy discreto. No había rastros de su gabardina en ningún momento. Estaba pero no estaba. Nunca aparecía en pantalla pero siempre sabía quiénes son tus amigos y bajo qué escenarios repartes likes.

 

En esencia se trataba de un inspector que se alimentaba de datos, cuya fuente eran las decisiones humanas. Millones, trillones, big data. El mismo inspector tenía orejas de alta fidelidad. La señal de las voces grabadas se distorsionaba siempre y cuando el juguete telefónico ingresara a una congeladora. Si la comunicación no era verbal sino escrita, entonces WhatsApp levantaba la mano para confirmar que la tenía; toda la información bien archivada. Como podemos ver, el inspector se movía con relativa facilidad de Facebook a Google pasando por Apple.

 

Antes de que un personaje de la vida no simulada (Edward Snowden) revelara los secretos del inspector, el director de cine Tony Scott lo hizo a través de Enemigo Público; Enemy of the State como título original. El guion lo escribió David Marconi y lo interpretaron Will Smith, Gene Hackman y Jon Voight, entre otros, en 1998. El guion pudo ser escrito por Snowden porque los programas de espionaje que él mismo reveló los pudimos observar en la película… pero con más de 10 años de anticipación.

 

Cuando Snowden reveló las características de los programas de la NSA, el mundo comprendió con mayor claridad el alcance del Acta Patriota firmada por George W. Bush tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

 

Una década después, lo revelado por Snowden incentivó la desconfianza en un segmento de la demografía global. Mi vecina, por ejemplo, decidió colocar un pedazo de cinta en el orificio de su MacBook Air donde se encuentra el lente que graba imágenes: “Me están espiando”, me decía con seguridad cartesiana. Le dije entonces que los inspectores de la NSA han den tener demasiado tiempo libre como para interesarse por las acrobacias de su gato. “Algún día aparecerá en YouTube mi gato, sin mi autorización, y entonces me creerás”, me respondió.

 

Ahora, en febrero de 2016 Apple avisa que sale de la casa del Big Brother. En su momento todo el gremio electrónico y lúdico levantó la mano diciendo que no, que no colaboraba con la NSA. Que Snowden mentía. Cinco minutos después, lo reconocieron. Mark Zuckerberg se enfadó pero estaba actuando. En el fondo también reconoció que le habían doblado el brazo los de la NSA.

 

Ahora Apple se niega a obedecer la orden de un juez que le pide su ayuda para desbloquear el iPhone que utilizó uno de los dos autores del tiroteo del pasado diciembre en San Bernardino, California, en el que murieron 14 personas. Tim Cook le respondió educadamente al juez lo siguiente: “Nos han pedido algo que simplemente no tenemos y que consideramos demasiado peligroso crear: construir una puerta trasera para el iPhone”. El FBI asegura que el iPhone 5 del criminal Sayed Farook tiene información valiosa. Es el único que sabe qué sucedió entre las 11 de la mañana y las 15 horas. Tiempo que pasó desde que ocurrió el atentado hasta que inició la persecución de la policía. ¿Por qué se quedó Sayed y su esposa un rato en la zona del atentado, junto a un lago? El FBI asegura que reconstruyó minuto a minuto los movimientos de la pareja, sin embargo les sobran 18 minutos. ¿Dónde estuvieron? Tim Cook no quiere saber nada que merme la seguridad de sus productos. Ya le pasó una vez. Una segunda ocasión sería imperdonable.

 

De película, porque la única opción que tendrá el FBI es recurrir a la NSA para obtener la información.