JOHANNESBURGO. Canalizar el baile de los chicos malos para luchar contra la marginación en los antiguos guetos negros sudafricanos. Esta es la exitosa receta de la Academia de Baile Indígena de Johannesburgo, que saca de la calle a jóvenes talentosos y les brinda una oportunidad a través de los escenarios.

 

El pantsula es un baile callejero sudafricano tradicionalmente asociado a gánsteres y otros delincuentes que siguen practicando los jóvenes de Tembisa, un township del noreste de la ciudad en el que viven más de medio millón de personas.

 

La academia fundada por Jarrel Mathebula en 2005 intenta convertir esta forma de expresión urbana en un futuro laboral a través de sus trabajos para empresas e instituciones.

 

Los alumnos ganan dinero en coreografías promocionales, actuaciones o grabaciones de videoclips, y vislumbran así las puertas de un mundo del espectáculo al que muchos acaban dedicándose.

 

Un sábado por la mañana, una veintena de bailarines asisten a una de las sesiones en la sede de la escuela, situada en el patio de la casa familiar de la tía de Mathebula en Tembisa y que cuenta actualmente con unos 35 alumnos de entre 5 y 30 años.

 

En medio de los ensayos, para perfeccionar la técnica y preparar actuaciones que les encargan, Mathebula les pide que repitan la que es hasta el momento su actuación estrella: una coreografía para el vídeo de la canción “In the Castle of my Skin”, de la banda británica Sons of Kermet.

 

Grabado en un descampado entre las casas de cemento y hojalata de los guetos que el ‘apartheid’ diseñó para los negros que servían a los blancos en las ciudades, el vídeo muestra a los bailarines de la academia elegantemente vestidos con pantalones, chaleco y pajarita negra sobre inmaculada camisa blanca.

 

“Queremos que la gente pueda ver el ‘pantsula’ de otra forma”, cuenta Mathebula, que busca romper el ciclo de desempleo y pobreza habitual en lugares como Tembisa.

 

Además de consolidar el estilo, la IDA ofrece a los jóvenes que acuden a ella modelos de referencia y apoyo para centrarse en su carrera y explotar todas sus  oportunidades.

 

“La escuela permite a chicos de comunidades desfavorecidas ganarse la vida con lo que les gusta, gracias a las actuaciones que hacen para anuncios o actos promocionales de empresas o marcas, vídeos musicales, etc.”, relata Lebogang Rasethaba, socio de Mathebula y enlace de la academia con el mundo empresarial.

 

En la vertiente puramente artística, la escuela explora nuevas posibilidades para el ‘pantsula’, una danza unida desde sus comienzos al kwaito, variante lenta y popular del house con elementos africanos que nació a finales de los ochenta entre la juventud negra y urbana de Sudáfrica.

 

Con colaboración con Sons of Kermet, la IDA ha puesto por primera vez al pantsula en comunión con el jazz, con unos resultados que han entusiasmado a la crítica y abren la puerta a otros experimentos similares.

 

“Ha sido un reto del que estoy muy satisfecho”, declara Mathebula, que tiene 30 años, trabaja como consultor de negocios y abrió la escuela cuando tenía 18.

 

“A todo el mundo le gustaba cómo bailaba, en las fiestas, en los desafíos en la calle entre bailadores”, recuerda Mathebula, que decidió iniciar el proyecto para apartarse a él mismo y a otros jóvenes del alcoholismo o la violencia.

 

Al término de uno de sus bailes, una señora que ha presenciado el espectáculo desde la puerta abierta del patio de la casa, se acerca y entrega en señal de agradecimiento una bolsa de magdalenas a los muchachos, que la aceptan con una reverencia.

 

“Gracias, mama”, le dicen al unísono, y vuelven a moverse mientras atrona el kwaito.