Bajo la inercia de que “aquí no pasa nada”, hasta que pasa, el día en que Mariano Rajoy tenga que interrumpir su lectura de la prensa en compañía de un café cortado se acerca. El titular del diario sería: “Cataluña declara su independencia”. “La ruptura histórica ocurrió horas después de que la guardia civil ingresara al Palacio de la Generalitat para enseñarle al presidente Artur Mas una orden de aprehensión. Un avión del Estado español lo trasladó a Madrid”.

 

La soberbia provoca muchas veces que políticos se enteren de lo que sucede a su alrededor a través de la prensa porque, repito, “aquí no pasa nada hasta que pasa”.

 

Cataluña se ha convertido en una de las regiones más hipersensibles en el tema político. Todo comentario de café inicia y/o termina en la independencia; en el vacío institucional (Rajoy); en la sangrante corrupción (Pujol); en el qué pasará. Todos los días no hay suceso de la política catalana que deje la primera plana de los periódicos. Lo grave es que la intensidad de los sucesos cruza la línea roja de la “normalidad”.

 

Mariano Rajoy decidió atender un solo tema durante su periodo de gobierno que está a punto de concluir: la economía. Todos los españoles lo saben. Lo tendrían que conocer sus asesores. Pero al parecer o no se han atrevido a reclamarle o lo han hecho pero la terquedad (familiar de la soberbia) de Rajoy le ha convencido que no pasa nada, y como tal, nunca pasará.

 

Veamos. La nueva reconformación ideológica del Parlamento catalán (los partidos pro independentistas son mayoría) ya formalizó su plan de ruta que terminará con la declaración de independencia. La próxima semana la votarán los diputados, y en su caso, solemnizarán “la declaración de inicio del proceso de creación del Estado catalán independiente en forma de república”. En un documento de nueve puntos, la nueva presidenta del Parlamento, Carme Forcadell (de la Candidatura de Unidad Popular –CUP–, una agrupación independentista que nació a través de movimientos ciudadanos), anunció que “como depositario de la soberanía y expresión del poder constituyente, reitera que este Parlamento y el proceso de desconexión democrática no se supeditarán a las decisiones de las instituciones del Estado (español), en particular del Tribunal Constitucional, al que considera deslegitimado y sin competencia a raíz de la sentencia de junio de 2010 sobre el Estatut votado previamente por el pueblo, entre otros” (La Vanguardia, 28 de octubre).

 

No se requiere realizar una lectura entre líneas. El Parlamento catalán ha sido muy claro: han decidido saltarse las opiniones y actuaciones del Tribunal Constitucional. Es decir, no hay leyes que le obstaculicen su hoja de ruta.

 

Simultáneamente, Artur Mas trata de negociar su reelección con la CUP. Negociación que no hace muchos años parecía imposible: la Candidatura de Unidad Popular es anti capitalista, anti europea y pro independentista; el partido Convergència Democrática (el de Artur Mas) es centro derecha, pro europeo, y hasta hace poco tiempo, no era secesionista.

 

En Cataluña ha concluido la etapa pujolista. La corrupción ha acelerado la ruptura con el gobierno central pero Mariano Rajoy ha preferido el choque de trenes con tal de ver terminada la era pujolista. Artur Mas rompió con su histórico compañero de viaje, Unió Democrática. Antoni Durán i Lleida se ha quedado sin fuerza viendo pasar a su revelo: Esquerra Republicana de Catalunya (ERC); la agrupación independentista.

 

Por si fuera poco, Manuel Valls, catalán y primer ministro de Francia, le hizo un guiño al movimiento independentista catalán al abrirle la puerta de la liga francesa (Ligue 1) al equipo de futbol Barcelona, proyectando un escenario de independencia. Mariano Rajoy, posiblemente, prefirió voltear hacia Marruecos para evitar un conflicto diplomático con François Hollande.

 

El cortado de Rajoy ya está frío.