En el mensaje que ofreció el presidente Peña con motivo de su Tercer Informe, reapareció un fantasma recurrente en la última década de la política mexicana –especialmente en 2006–: la advertencia del populismo. El jefe del Estado declaró su preocupación por que “las sociedades opten por salidas falsas” como “la intolerancia, la demagogia o el populismo”.

 

Probablemente, de aquí a 2018, escucharemos mucho esta última palabra, por lo que sería pertinente preguntarnos: ¿qué es el populismo? La respuesta es que hay dos respuestas: las definiciones académicas –bastante ambiguas– y las definiciones a conveniencia del emisor.

 

Empecemos con la primera. De entrada, tal es la ambigüedad del término que la Real Academia Española no lo define, pero para muchos significa algo parecido a esto: un gobierno demagógico –que se gana “con halagos el favor popular”–, de carácter asistencialista, con pinceladas nacionalistas, financieramente irresponsable y que, escudado en un amplio apoyo social, suele caer en actitudes antidemocráticas para ejercer y mantener el poder. Pero los académicos no son tan específicos.

 

El teórico político argentino Ernesto Laclau lo definió como “una forma de pensar las identidades sociales, un modo de articular demandas dispersas, una manera de construir lo político”; agrega que “cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política”, surgen “formas de liderazgo que no son ortodoxas” a los ojos de una democracia liberal, como por ejemplo, EU o Francia. El politólogo alemán Kurt Weyland dice que el populismo se da cuando “líderes personalistas basan su gobierno en el apoyo masivo, pero mayormente no institucionalizado, de un gran número de personas”, y que el término “se define mejor como una estrategia política” para que un gobernante conserve su poder.

 

Hay muchos populismos: de izquierda, derecha, latinoamericanos, europeos, etc. Por eso es tan difícil darles una misma definición. Al respecto, Cas Mudde, politólogo holandés, escribe: “ante las diferentes formas en las que el populismo encuentra expresión (…) no creo que la búsqueda de una teoría aplicable a todos los populismos sea particularmente útil”. En otras palabras, cada caso debe ser analizado individualmente, ya que varía por lugar e incluso por época.

 

La segunda respuesta –definición a conveniencia del emisor–, explica en sí misma por qué es un término tan complejo, tan utilizado y, muchas veces, tan inútil. Un ejemplo nacional: en mayo pasado, Felipe Calderón acusó a El Bronco de caer en actitudes muy parecidas al populismo, comparándolo con Hugo Chávez; dos meses después, AMLO llamó populista al presidente Peña, y este último acaba de advertirnos de la amenaza populista –haciendo clara referencia a AMLO y, posiblemente, a El Bronco–. A este paso, hasta yo seré tachado de populista por escribir esto.

 

Si ni académicos ni políticos tienen claro qué es el populismo, menos la sociedad en general. ¿Qué nos queda hacer? Los académicos deben –por amor a la precisión intelectual, diría Paz– seguir puliendo su significado; nuestros políticos deben usar con más cautela este término que en 2006 comprobó su poder polarizador –aunque por eso se use–. Y, de cara al estridente 2018, la sociedad mexicana debe escuchar más finamente el teatro político para esquivar simplificaciones burdas.

 

O podríamos simplemente suprimir de nuestra deliberación pública este término que aplica a todos los políticos y a la vez a ninguno. Eso nos ahorraría saliva.

 

@AlonsoTamez