La visita de John Kerry a Cuba el día de hoy para izar la bandera de su país en la embajada de Estados Unidos en La Habana con lo que simbólicamente se reanudan las relaciones diplomáticas entre ambas naciones, rotas en 1960 tras el ascenso de los “barbudos” al poder y la caída del dictador Fulgencio Batista, podría equipararse a la llegada de un cruzado para reconquistar los territorios sagrados profanados por los infieles.

 

La analogía no suena tan descabellada a la luz el análisis reciente del historiador cubano residente en México, Rafael Rojas, en torno a la relevancia de esta misión del secretario de estado norteamericano.

 

Rojas, quien asegura que se trata no de la primera visita de un jefe de la diplomacia estadounidense en 60, sino probablemente en 70 años, recomienda no desdeñar la importancia en la fe religiosa de Kerry en este contexto.

 

En efecto, como lo expone el especialista, junto con Joe Biden, Kerry es uno de los católicos más cercanos al presidente Barack Obama.

 

“Se comprende mejor la intervención del papa Francisco y Roma en el proceso de normalización diplomática tras advertir esa conexión católica en la actual administración demócrata”, indica Rojas.

 

De manera que la histórica presencia de Kerry tiene una vertiente religiosa que no puede dejarse de lado, sobre todo si se considera que El Vaticano jugó un papel crucial como mediador en las escabrosas negociaciones que condujeron al deshielo entre Washington y La Habana.

 

Este viaje es tan importante como el anuncio hecho el 17 de diciembre pasado por Obama y Raúl Castro, que dejó perplejos a todos, cuando dieron a conocer el restablecimiento de las relaciones bilaterales.

 

Quizá ni siquiera Fidel Castro se imaginó en sus peores pesadillas que viviría para ver flamear de nuevo la bandera de las barras y las estrellas en el odiado inmueble llamado “Oficina de Intereses” de Estados Unidos en Cuba, sobre el malecón habanero que por muchos años fue el epicentro de todas las protestas antiyanquis en la isla caribeña.

 

En 1973, Castro lanzó una premonición que parecía superar al mismo Nostradamus y que quizá parecía imposible de cumplir en esa coyuntura, cuando dijo que “Estados Unidos dialogará con Cuba cuando tenga un presidente negro y haya un Papa latinoamericano”.

 

Esa frase, traída a cuento en días recientes por algunos medios periodísticos, muestra hasta qué punto se han alineado los astros para que las cosas cambien entre Cuba y Estados Unidos a pesar de que la animadversión cubana hacia el enemigo estadunidense hacía imposible presenciar lo que se verá cuando Kerry accione el mecanismo para elevar la bandera norteamericana hasta la cúspide del asta de la embajada de su país en La Habana.

 

La prensa cubana, controlada por el gobierno, se ha encargado de minimizar la visita de Kerry, pero la dimensión que reviste este hecho histórico alcanza proporciones épicas.

 

Es cosa simplemente de recordar –dice Rojas- la biografía de Kerry: un ex combatiente en Vietnam en los 70, un opositor a ese conflicto bélico, un católico de hueso colorado y un rival de George W. Bush en las elecciones de 2004, así como un crítico acérrimo de la política tradicional de Washington hacia América Latina y Cuba.

 

Las preguntas que ahora gravitan en el ambiente son qué viene después de esta visita y qué pasará con las relaciones entre el gran triunfador de la “guerra fría” y uno de los últimos bastiones del comunismo.