WASHINGTON. Los siete candidatos menos populares de las primarias del Partido Republicano para optar a la Casa Blanca en 2016 ofrecieron hoy un deslucido primer debate electoral en el que su necesidad de presentarse al público restó agilidad e interés a una conversación que careció de momentos memorables.

 

Lo insípido del debate y la desoladora imagen de las enormes gradas del plató casi vacías contribuyeron a ofrecer una fotografía gris de siete candidatos para quienes era absolutamente vital esa hora y media de televisión nacional.

 

La cadena conservadora Fox, que emitió el debate desde Cleveland (Ohio), se vio obligada a dividir a los 17 candidatos republicanos en dos tandas en función de su popularidad en las encuestas: los siete más rezagados a las 17.00 hora local (21.00 GMT) y los diez primeros a las 21.00 hora local (01.00 GMT del viernes).

 

Esta circunstancia insólita, en las primarias más concurridas de la historia moderna del país, propició numerosas bromas sobre el primer debate, bautizado popularmente como “la mesa de los niños”, “el debate de la ‘Happy Hour’ (“Hora Feliz”)”, o el de “consolación”.

 

En la hora y veinte minutos que duró el debate, sólo el ex gobernador de Texas Rick Perry y la ex consejera delegada de Hewlett-Packard, Carly Fiorina lograron trasladar algunos mensajes, mientras que el resto de candidatos no consiguieron salir de un muy discreto segundo plano.

 

Salvo Perry y el exsenador por Pensilvania Rick Santorum, que ya intentaron en 2012 alcanzar la nominación republicana, los otros cinco candidatos necesitan antes que nada darse a conocer a nivel nacional, algo que marcó la dinámica del debate.

 

Era el caso de Fiorina; el gobernador de Luisiana, Bobby Jindal; el senador por Carolina del Sur Lindsey Graham; el exgobernador de Nueva York George Pataki y el exgobernador de Virginia Jim Gilmore.

 

Los aspirantes se centraron en presentarse y explicar sus propuestas y no emplearon su tiempo, como quizás habría cabido esperar, en ensañarse contra el polémico magnate y líder en los sondeos republicanos, Donald Trump, o con la gran favorita demócrata, Hillary Clinton.

 

Sólo Fiorina lanzó un dardo a ambos: “A mí no me llamó Bill Clinton antes de presentarme (a las primarias)”, dijo, en alusión a las recientes informaciones que apuntaban a una llamada de teléfono del expresidente a Trump antes de que anunciara su candidatura.

 

Como era de esperar, los siete candidatos aseguraron que la primera decisión que tomarían desde el Despacho Oval sería revocar todas las medidas impulsadas por el actual presidente, el demócrata Barack Obama.

 

Entre ellas, la regularización de cinco millones de inmigrantes indocumentados impulsada por Obama en noviembre pasado y estancada en los tribunales.

 

“La frontera sigue siendo porosa. Tenemos que garantizar la seguridad de la frontera antes de hablar de las familias indocumentadas que están en el país”, defendió Perry.

 

El exgobernador de Texas, el que más tiempo ostentó ese cargo, blandió como su gran aval esa experiencia en el estado con mayor frontera con México.

 

“Nadie de los que están aquí tiene esa experiencia, yo lo hice durante 14 años (2000-2014)”, subrayó.

 

El debate careció de intensidad y se saldó sin ninguno de los clásicos rifirrafes entre candidatos que suelen darse de este tipo de formatos.

 

El evento quedó aún más deslucido por las constantes imágenes del pabellón donde se celebraba el debate casi completamente vacío, algo muy comentado en las redes sociales.

 

La conversación concluyó sin sorpresas, con posturas unánimemente previsibles contra el acuerdo nuclear con Irán, el aborto o la reforma sanitaria, caballos de batalla de la oposición republicana.

 

Como fue frecuente leer en las redes sociales, muchos echaron de menos al imprevisible y deslenguado Trump para animar un debate que pasó sin pena ni gloria.