El artista francés Abraham Poincheval es un asiduo a las inmersiones extremas que ya sabe lo que es vivir dos semanas en el vientre de un oso, atravesar Francia en rigurosa línea recta, sobrevivir veinte días como un topo que excava un túnel o aislarse en la oscuridad total de una caverna durante 120 horas.

 

Ahora se prepara para un excéntrico periplo fluvial que tiene mucho de literario y aún más de tangible: durante dos meses y medio remontará 500 kilómetros del Ródano a bordo de una botella de cristal de 6 metros de largo por 2 de ancho.

 

“Me gusta entrar en las cosas y vivirlas desde el interior, donde se confunde la frontera entre la realidad y el sueño”, explica a Efe el artista tras superar un período de aclimatación en su particular navío.

 

Transformado en un mensaje humano en el interior de una botella, Poincheval (Alençon, 1972) ha estado afincado durante diez días en la localidad de Port-Saint-Louis-du-Rône, en la Costa Azul francesa, separado del mundo exterior por una superficie transparente de cinco milímetros de espesor y a merced de cualquiera que pasara por allí.

 

“La gente se acercaba a la botella, atraídos por ese objeto colocado a orillas del mar como una cápsula espacial”, resume el artista, que habitualmente vive y trabaja en Marsella.

 

Un artesano de esa ciudad mediterránea fabricó la casa-botella a partir de los diseños del propio Poincheval: el tapón sirve de respiradero y puerta de entrada a un habitáculo con víveres, una cama, bombonas de agua y captores solares para generar energía y ventilar el interior.

 

Dispone, además, de una capa de lluvia que le concede cierta intimidad en sus necesidades higiénicas, para las que se sirve de bidones estancos.

 

“Tenía diferentes angustias, especialmente el calor, que es lo más violento porque puede llegar hasta los 47 grados centígrados en el interior. Pero ha ido muy bien”, comenta el artista, que en una franja del techo ha instalado un parasol para no derretirse.

 

Superada esta fase de experimentación, en los meses de julio y agosto del próximo verano se lanzará Ródano arriba, desde su desembocadura hasta Ginebra. La botella estará conectada a una plataforma que remolcará un barco tradicional y se permitirá escalas en Arles y Lyon.

 

Tendrá que limitar la actividad a las mañanas y a las tardes, cuando el sol estival es menos brutal. El resto del tiempo lo dedicará esencialmente a leer, pensar y a “fabricar una cuerda como los marinos en los puertos o como Penélope en la ‘Odisea’, de Homero”, que durante veinte años esperó el regreso de su marido de la Guerra de Troya.

 

En realidad, todo su plan tiene tintes literarios, ya que se inspira en el “país de las maravillas” de Lewis Carroll, un mundo deslumbrante al que Alicia accedía al beberse el contenido de una misteriosa botella que la hacía menguar hasta una altura de 25 centímetros.

 

La iniciativa de Poincheval, que produce el Centro Nacional de Artes de la Calle Citron Jaune, quedará documentada en un videoblog y un cuaderno de bitácora que podrá seguirse por internet y estará supervisada por el Fondo Regional de Arte Contemporáneo de Marsella (FRAC), campo base con el que establecerá contacto dos veces al día.

 

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El curioso viaje se inscribe en la línea de un artista de 1,72 metros y 55 kilos consagrado a descubrir el mundo desde perspectivas inexploradas.

 

Como cuando el año pasado se encerró en el interior de un oso disecado durante 13 días, sobreviviendo con una reserva de 30 litros de agua y a base de comida deshidratada que intentaba aproximarse a la dieta del plantígrado, como setas, semillas, insectos, pescado. Mientras, leía “Guerra y Paz”, de León Tolstoi.

 

“Antes de encerrarse en un oso uno está un poco tenso”, comentaba a “Le Monde” antes de protagonizar una moderna adaptación de la historia bíblica de Jonás, que pasó tres días en el interior de una ballena antes de que el cetáceo le vomitara en una playa.

 

Antes, Poincheval había estado encerrado en pequeñas grutas y diminutos túneles y también había atravesado los Alpes empujando un habitáculo circular metálico al que los animales salvajes se acercaban por la noche en busca de comida.

 

En 2008, en el marco del Proyecto de Arte Contemporáneo (PAC) de Murcia y acompañado por Laurent Tixador, excavó un túnel subterráneo de 20 metros de largo en el Jardín del Malecón a razón de un metro por día, en el que vivieron atrapados en una burbuja pues, a medida que avanzaban, iban rellenado el espacio que dejaban tras de sí.

 

Esa experiencia le llevó a conocer a Michel Siffre, espeleólogo francés que en 1962 pasó 58 días en una gruta de 130 metros de profundidad a 2.000 metros de altitud en los Alpes, a temperaturas de unos 3° C y con una humedad relativa del 98 %.

 

Su siguiente proyecto, en cambio, le alejará de las profundidades subterráneas ya que en 2017 pretende pasear por las nubes, avisa.