Por Antonio Frias | @jafrias26 

La Revolución Mexicana fue (junto al levantamiento Ruso de 1905) técnicamente el primer momento histórico, mundial, en ser filmado. Ya fuera porque Porfirio Díaz (en alguno de sus viajes mentales sobre el “orden y progreso”) consideraba al cine un adelanto tecnológico que debía traer al país, o porque la figura de Pancho Villa resultaba atractiva a extranjeros que querían conocerlo; la verdad es que para 1910 las cámaras cinematográficas empezaban a cobrar notoriedad en el territorio nacional; entre balas, polvo, trenes, caballos y cañones.

Y mientras en México crecían las tensiones políticas, en Rusia se maravillaban con el invento de los hermanos Lumière. Estudiantes de teatro, pintura y artes hacían sus primeros filmes. Para 1916 se hacían unos 500 al año; existían estudios e infinidad de salas, y la producción rebasaba la lograda en Francia e Inglaterra. En 1917, doce años después del estadillo de la primera etapa de la revolución, los bolcheviques instauraron el gobierno Soviético. Algo que impactaría en todas las esferas, particularmente en la del ya consolidado cine.

Es en ese contexto y con un afán nacionalista que Sergei Eisenstein dirige en 1925El acorazado Potemkin. Un filme que diseña con una visión totalmente diferente a la escuela occidental. En El acorazado Potemkin se conmemora una rebelión de marinos contra zaristas ocurrida en 1905. Y, aparte de la temática política, en este trabajo el ruso plasma lo que años antes había publicado en una revista artística: Su teoría del Montaje de Atracciones: dos imágenes, al estar juntas, pierden su significado autónomo y crean un tercer concepto. 

Con El acorazado Potemkin Eisenstein  no sólo transformó la forma en la que se concebía al cine, sino que lo convirtió en un instrumento político: a través de sus cintas apoyaba la ideología soviética. No por nada el mismo gobierno le comisionó una cinta para conmemorar el triunfo de la Revolución. El resultado fue Octubre. En ésta se recrean enfrentamientos en el Palacio de Invierno y otras escenas históricas.

Y fue así, con todo este bagaje ideológico —y técnico—, que Sergei se sintió atraído a México cuando las noticias sobre la Revolución llegaron a él. La visita del muralista Diego Rivera a Moscú, en 1927, no hizo más que incrementar su interés. Mientras tanto, México vivía la resaca de más de más de 10 años de batallas entre los grupos que desde 1910 se levantaron en armas. La Constitución de 1917 tranquilizó la situación, pero aún no existía estabilidad real.

Eisenstein buscaba la internacionalización. Y, tras ser rechazado por Hollywood, en 1930 firmó un contrato con Upton Sinclair (un socialista gringo), en el que se comprometía a hacer una película donde plasmara su visión artística y su percepción de lo que era México en ese entonces. El proyecto cinéfilo se llamaría ¡Que viva México!, y sería un retrato de la cultura, la política, la sociedad, la historia y, claro, la reciente Revolución y el nuevo gobierno. Era 1930.

Acompañado de dos técnicos rusos, Grigori Alexandrov y Eduard Tisse, el director filmó durante casi dos años: visitó ruinas mayas en Yucatán; asistió a fiestas populares en Oaxaca; se maravilló con el Día de Muertos; le impresionaron las enormes haciendas y sus trabajadores; intentó reivindicar a las soldaderas y a los toreros; le tocó un terremoto… Filmó más de 40 horas de celuloide. Tenía un gran cúmulo de notas, ideas y bocetos. Sin embargo, tiempo y presupuesto se acababan, además de que se colmaba la paciencia de los involucrados.

Eisenstein tenía la intención de hacer una película poética en la que plasmaría su teoría del montaje. ¡Que viva México! sería un “mural con movimiento”; algo similar, en forma e ideología, a lo que realizaban Orozco, Siqueiros y Rivera. Y, aunque prometió que la película no sería política, no podía negar su empatía por la lucha agraria y los ideales de “Tierra y Libertad” que tanto coincidían con lo que él ya había plasmado en su largometraje Lo viejo y lo nuevo, antes de abandonar Rusia en 1929.

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Desgraciadamente sus productores no compartían su perfeccionismo ni las enormes aspiraciones que tenía sobre el proyecto, por lo que cancelaron todo y le quitaron las cintas de grabación, dejándolo sin la oportunidad de post-producir; es decir, de realizar un montaje en forma. De manera simultánea, el gobierno de Stalin le informó que debía regresar a su país o sería considerado un desertor. Así pues, endeudado y regañado, Sergei Eisenstein nunca logró terminar su película. Todo su material fílmico acabó decomisado, guardado en un archivo del Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Con el tiempo, sus productores encontraron a otros editores. En 1934 éstos lanzaron algunos cortos con el material de Sergei. Y fue hasta 1979 cuando el colaborador Grigori Alexandrov pudo obtener la mayoría de las grabaciones originales y a partir de escritos de Eisenstein editó la que se considera la versión más cercana al proyecto original, con el título ¡Viva México!Fantasía mexicana es otra versión, realizada por Oleg Kovalov en 1998 sin tomar en cuenta las anotaciones de Sergei.

¡Que viva México! fue un proyecto titánico. Sin duda una muestra de la desbordada ambición de Sergei. Aun cuando nunca lo culminó, el trabajo de campo que realizó, así como el desarrollo teórico, han hecho que sea un tema de interés para diversos documentalistas rusos, mexicanos y prácticamente de todo el mundo. También su pensamiento influyó en todas escuelas de cinematografía. Hasta nuestros días.

La fascinación que provoca el ruso se puede ver en los múltiples trabajos que inspira, ya sea en Serguéi Eisenstein 1898-1948, largometraje que realizó el Estado Soviético; en Einsensten’s mexican Project, investigación de Jay Leyda; o en los mexicanos El círculo eterno y Los que hicieron nuestro cine: Eisenstein en México.

El personaje y su travesía en tierras aztecas no pierden vigencia. Basta ver la nueva película de Peter Greenway que se estrenará en el Festival de Cine de Berlín este año. Se trata, precisamente, de Eisenstein in Guanajuato. La cinta describirá la forma en que el ruso se enamoró de esa ciudad del Bajío y comenzó a idear su megaproyecto, alejándose cada vez más de la realidad.

Una mirada a México a través de los ojos de un cineasta con mucha visión. Un ruso que fue seducido por un país exótico, iracundo, contrastante, violento y en permanente construcción.

Durante todo el mes de enero la Cineteca Nacional proyecta una retrospectiva de Sergei Eisenstein. Checa las funciones AQUÍ.

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