WASHINGTON. El FBI anunció esta semana la detención de un supuesto yihadista que preparaba un inminente atentado en el Capitolio. El joven, obsesionado con los Illuminatis y que consideraba a su gato su mejor amigo, podría ser otro ejemplo de incautos empujados al terrorismo por informantes interesados.

 

Ninguno de los conocidos de Christopher Cornell, un joven estadunidense de 20 años que vivía con sus padres en un humilde pueblo a las afueras de Cincinnati, se esperaba que éste acabara copando titulares por preparar un atentado en Washington en nombre del Estado Islámico

 

“Yo creo que le forzaron”, explicaba su padre, John, abrumado por la expectación que ha despertado su hijo, que se había aproximado al Islam del mismo modo en que exploró las teorías conspiratorias sobre los atentados del 11-S en EU, su obsesión con el dominio masón o el anarquismo: sin entenderlo muy bien.

 

La sospecha del progenitor del supuesto yihadista resucita la polémica del uso por parte del FBI de informantes que desenmascaran planes terroristas que ellos mismos incentivan, animando a la radicalización o prometiendo armamento con el objetivo de recibir compensaciones económicas o mejores tratos en cuitas judiciales.

 

La declaración jurada del agente del FBI encargado de la investigación de Christopher Cornell, que se llevó a cabo durante seis meses, tiene todas las características de este tipo de táctica antiterrorista.

 

El “affidávit” explica que Cornell, acusado ahora de intento de asesinato de funcionarios estadunidenses, fue contactado por un informante del FBI “que comenzó a cooperar para obtener un trato favorable con respecto a su proceso criminal en un caso no relacionado”. Cornell, que se hacía llamar Raheel Mahrus Ubaydah en internet, aseguró al informante que había contactado con extranjeros sobre extender la yihad, pero éstos le ignoraron.

 

Tras una breve reunión cara a cara con la persona que consideraba su cómplice, Cornell comenzó a planear su ataque contra el Congreso y estudió cómo fabricar dinamita casera y este miércoles fue detenido tras comprar legalmente dos rifles de asalto y 600 balas.

 

La expectación levantada por esta detención, que se conoció una semana después de los atentados yihadistas de París, despertó el miedo del terrorismo en Estados Unidos y motivó elogios a las leyes de espionaje que permitieron vigilar a Cornell.

 

Una investigación de 2011 del Investigative Reporting Program reveló el gran número casos en los que el FBI hace uso de una red de hasta 15 mil informantes, de los que algunos recibían pagos de hasta 100 mil dólares, para frustrar supuestos planes terroristas.