RIO DE JANEIRO.- Cuando uno mira el edifico de la Cruz Roja de esta ciudad, entiende un poco por qué tanta gente estaba indignada por el gasto de realizar una Copa del Mundo en un país como este.

 

Porque sí, el gobierno brasileño podrá presumir que ha sido un éxito de organización, de seguridad, que los aeropuertos funcionaron estupendamente, que los estadios estuvieron a tiempo y funcionaron correctamente, que hubo una gran fiesta.

 

Pero al edificio de la Cruz Roja le hace falta mantenimiento, pintura, control de la humedad. Y no es el único caso. El Museo de Arte Moderno, uno de los pilares del sistema de museos de ese país, tiene filtraciones de humedad y el plafón de sus dos plantas en las que están montadas exhibiciones, está sostenido por tubos metálicos para que no se venga abajo.

 

Son apenas dos ejemplos de las razones por las que las protestas exigían gasto en educación y salud y no en la Copa.

 

Pero el país invirtió mil 600 millones de dólares en cuatro estadios que ahora que se terminó el Mundial, nadie sabe qué se va a hacer con ellos.

 

Quizá el ejemplo más claro del desastre es el que se construyó en la ciudad de Cuiabá, en el oeste del país y ubicado en el humedal más grande del mundo. No es un estadio grande, está diseñado para albergar 40 mil aficionados. Pero el próximo partido al que dará cabida, en el que se enfrentarán el Paysandú y el Cuiabá, por el campeonato de la Tercera División, será atestiguado por cuatro mil asistentes.

 

El peor de los casos es sin embargo el estadio de Brasilia. Es un inmueble hermoso, claro, porque se notan los 900 millones de dólares que gastaron en edificarlo. Se trata del segundo estadio más caro del mundo, sólo por debajo del de Wembley. Pero a diferencia del templo inglés, el de Brasilia no tiene un uso proyectado porque en la capital brasileña no hay un equipo de futbol importante.

 

Brasil tiene ligas regionales y un torneo nacional con los ganadores de esas ligas. Nos queda muy claro a los que estuvimos deambulando por el país por qué es. Las distancias son enormes y la infraestructura para trasladarse de una ciudad a otra es precaria y costosa. Así que juegan por ejemplo el campeonato de Río de Janeiro o el Paulista, con los equipos de esas ciudades y sus alrededores.

 

“Lo único peor que gastar un montón de dinero en un estadio, es gastar un montón de dinero en un estadio que nadie usa”, expresó a AP Victor Matheson, profesor de economía del deporte de la universidad Holy Cross en Worcester, Massachusetts.

 

Brasil gastó unos 4 mil millones de dólares —80% de eso en dinero público— para construir o renovar 12 estadios para el Mundial. La inversión total en el torneo de un mes fue de unos 13 mil millones.

 

Los estadios están ahí, con la posibilidad de organizar eventos de todos tipos, como conciertos, pero no tienen nada programado. Por ejemplo, la página web del estadio Mané Garrincha de Brasilia, tiene muchos links rotos y ningún evento programado ahora que terminó la Copa.

 

En Natal, el estadio albergará un partido de segunda división la próxima semana entre America y Bragantino, en el que se esperan unas tres mil personas.

 

La situación es peor en Manaos, en plena Amazonia. De hecho, hay proyectos para usar ese estadio como una cárcel, porque no hay en qué utilizarlo.

 

Los otros monumentos al despilfarro

 

La historia está repleta de elefantes blancos legados por mundiales y Juegos Olímpicos.

 

El estadio construido en Ciudad del Cabo por 600 millones para el Mundial de 2010 ha albergado apenas siete partidos de fútbol en cuatro años. En su momento era la postal clásica del primer Mundial en África, construido en la costa y al pie de la famosa Montaña de la Mesa. Las autoridades locales dicen que eventualmente generará dinero para cubrir su costo.

 

El panorama es incluso peor para el estadio construido en Polokwane, una ciudad que no tiene equipos ni forma de generar ingresos.

 

El símbolo de los Juegos Olímpicos de 2008 en Beijing, el estadio Nido de Pájaros, se ha convertido en lo que el alcalde de Río de Janeiro Eduardo Paes catalogó como “un mausoleo al desperdicio de fondos públicos”.

 

“No tenemos mucha evidencia desde el punto de vista económico de que los países que albergan estos grandes eventos tengan legados importantes”, señaló Matheson. “Quizás un estadio puede albergar un concierto de Beyonce o Mick Jagger. Pero no hay muchas bandas que metan 50.000 personas en un lugar”.

 

Robert Baade, un economista de la universidad Lake Forest en Chicago, relató que hace poco visitó Barcelona, considerada como un ejemplo exitoso de renovación urbana por medio de una olimpiada, y fue a la parte de la ciudad donde está ubicado el estadio olímpico.

 

“Casi no hay actividad allí”, señaló. “Y Barcelona es considera como un gran éxito”.