El uso permanente de la tecnología en niños y jóvenes es tema frecuente en diferentes foros de discusión. Desde hace tiempo se les ha bautizado como nativos digitales, término popularizado por Mark Prensky en 2001, haciendo referencia a aquellas personas menores de treinta años que han crecido en un mundo de tecnologías con diferentes tipos de comunicaciones y dispositivos electrónicos.

 
Estas herramientas ocupan un lugar central en sus vidas, y dependen de ellas para todo tipo de aspectos cotidianos tales como estudiar, relacionarse, comprar, informarse y entretenerse. También se caracterizan por tener una configuración psicocognitiva diferente, amar la velocidad, ser multitarea, preferir lo gráfico a lo textual, y compartir información.

 
Frente a ellos, están los migrantes digitales, los que se han adaptado a la tecnología. Sobre esto hay mucha literatura al respecto. Pero hoy en día, advertimos ciertas inexactitudes en ello. Por el mero hecho de ser jóvenes y nativos digitales asumimos que son capaces de tener un uso más eficiente de la tecnología. Pues nada más lejos de la realidad.

 

AMAIA

 
Un estudio longitudinal realizado por Danah Boyd durante diez años a más de ciento cincuenta jóvenes estadounidenses revela que no existe ninguna relación entre el uso de herramientas tecnológicas con ser capaces de entenderlas, o lo que es más relevante, con extraer un provecho mínimamente razonable.

 
Boyd (cuyo libro It´s complicated se puede descargar de manera gratuita en internet) explica una tesis muy interesante que señala que el discurso de los nativos digitales está perjudicando notablemente sus posibilidades de cara al futuro. Y es que si se deja a los jóvenes que evolucionen libremente, sin ningún tipo de formación por dar las cosas por sabidas, éstos son exactamente igual de torpes que sus mayores, o incluso más porque pierden en experiencia.

 
Pensar que son mucho más listos porque pasaban mucho tiempo con los dispositivos es erróneo pues en realidad están haciendo la misma rutina, sin salir de una o dos plataformas, como máximo. Nacer en una época determinada no asegura el buen uso de las herramientas.

 
En su libro, la autora vio que los adolescentes pueden crear sus propios medios o compartir contenido, pero esto no conlleva inherente el conocimiento o perspectiva para examinar críticamente lo que consumen.

 
Estar expuesto a la información a través de Internet y colaborar con los medios sociales no hacen al joven un conocedor del significado. Como tampoco hay una relación mágica entre habilidades y edad. Alfabetizarse en el uso de la tecnología de una manera adecuada requiere aprendizaje y entrenamiento, independientemente de la edad.

 
Bien sea en la escuela o en un ambiente informal, los jóvenes necesitan oportunidades para desarrollar las habilidades y conocimientos necesarios para entender la tecnología actual con eficacia.

 
En definitiva, la idea de que los jóvenes son nativos digitales conduce a muchos papás y educadores a pensar que no tenían nada qué hacer para educarlos porque ya venían educados de serie, o lo que es peor, a creer que no podían enseñarles nada, porque sabían menos que ellos.

 
Desafortunadamente, lo que se ha logrado en muchas ocasiones es educarlos como huérfanos digitales, ya que no tienen modelos que imitar. Es más, el uso de filtros parentales han permitido que muchos padres se relajaran en su deber de formación y cedieran la tutela a una cibernanny.

 
Sorprendentemente Boyd encontró a jóvenes muy escépticos ante la tecnología, que creen que la red es mala porque sustituye a la vida real, que todas las redes sociales son iguales.

 
Gran parte de los entornos educativos formales no priorizan la competencia digital, por el supuesto de que los adolescentes de forma nativa comprenden todo lo relacionado a la tecnología.

 
Para las empresas, el reto es encontrar a los candidatos que sepan de verdad aprovechar los recursos de la red, frente a los que llevan smartphones en el bolsillo para únicamente utilizar el WhatsApp. Muy lejos de ser útil, el término nativos digitales puede llegar a ser una distracción para comprender los desafíos que enfrentan los jóvenes en un mundo conectado.