Como era lógico, la diputada perredista no-perredista y empresaria Purificación Carpinteyro no ha entendido la lógica política de su caso:
1.- Los diputados son, por mandato constitucional, representantes populares y no representantes de sí mismos.
2.- El PRD estaba comprometido a una ética weberiana de la responsabilidad -absoluta, sin dobleces-, pero Carpinteyro quedó marcada como la René Bejarano del partido: la ética del negocio personal.
3.- El epígrafe de su libro El fin de los medios -donde se dibuja a sí misma como la heroína contra los molinos de viento del calderonismo- podría ser su epitafio: “quien olvida su historia está condenado a repetirla”.
4.- La diputada aplica la técnica del pez rojo: tratar de crear otro foco de atención para evitar explicar el propio, como una forma de distraer el debate o poner otra agenda. Pero el asunto es claro: Carpinteyro cometió la falla ética de legislar para sus propios negocios. Al final, el tema de la telebancada quedó superado porque la reforma constitucional, defendida apasionadamente por Carpinteyro, también fue votada por la telebancada.
5.- La estrategia de Carpinteyro es una fuga hacia adelante. Pero carece del apoyo de su partido que la obligó a excusarse dejando la impresión de que la diputada perredista no-perredista sí era culpable de conflicto de intereses, sus aliadas en medios rompieron lanzas en su contra y de todos modos ella ya confirmó que sí haría negocios con una ley que aprobó.
Mujer de pelea, en todo caso la diputada Carpinteyro ha encarado otras batallas, aunque ha perdido todas. Eso sí, está preparada para el juego de tronos. En su libro El fin de los medios desarrolla 11 principios derivados -sin mencionarlos- de El arte de la guerra de Sun Tzu que estuvieron contenidos en su defensa del largo día martes y que ha aplicado para distraer a los ciudadanos, autovictimizarse y no reconocer que llegó a la política para hacer negocios con el aval del PRD. Así, quiere convertir a la telebancada en un escudo humano para que juzguen a los otros y no a ella. Son 11 reglas para la guerra mediática:
1.- Principio de simplificación y del enemigo único.
2.- Principio del método de contagio. Reunir a diversos adversarios en una sola categoría.
3.- Principio de la imposición. Asignar al adversario los errores o los defectos propios.
4.- Principio de la exageración y la desfiguración. Convertir cualquier anécdota en amenaza grave.
5.- Principio de la vulgarización. Toda propaganda debe ser popular y adaptar su nivel al menos inteligente de los individuos.
6.- Principio de la orquestación. La propaganda debe limitarse a un pequeño número de ideas.
7.- Principio de la renovación. Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público ya esté interesado en otra cosa.
8.- Principio de la verosimilitud. Construir argumentos con base en diversas fuentes a través de globos sonda.
9.- Principio de la silenciación. Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorezcan al adversario.
10.- Principio de la transfusión. Difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
11.- Principio de la unanimidad. Convencer a mucha gente de que piensa “como todo el mundo”, creando la falsa impresión de unanimidad.
A esta estrategia la llama Carpinteyro “el arte del engaño” (páginas 86-89), justo lo que está haciendo para eludir su responsabilidad política.
(Por error del columnista se escribió ayer el nombre de Beto Chavira pero es Beto Tavira. Disculpas y abrazo a Beto y a su leída Cuna de Grillos.)