Si el general David Petraeus hubiera utilizado el programa de antiespionaje cibernético PGP (Pretty Good Privacy) muy probablemente hoy en día  seguiría intercambiando mensajes con su amante a través de Google, pero sobre todo, continuaría activa su vida laboral. El problema es que la entonces cabeza de la CIA fue descubierto por sus vecinos, los del FBI, usando el chat de Google de manera confiada. Su cargo no se lo permitía porque la vulnerabilidad intrínseca se puede convertir en riesgo latente para la nación.

Yahoo! también dio la nota desde hace ya algunos años. En 2006, el congreso de Estados Unidos organizó un foro sobre la función de internet en China: ¿herramienta para la libertad o prohibición? Pregunta poco casual bajo un entorno de cooperación entre la entonces famosa Yahoo! con el régimen dictatorial chino. El objetivo: identificar a los disidentes. En aquella ocasión el congresista Christopher Smith comparó la cooperación de Yahoo! con la entrega de Ana Frank a los nazis.

 

Hace dos días, un tribunal iraní emitió una orden de interrogatorio judicial al fundador y principal accionista de Facebook, Mark Zuckerberg, por motivos de posibles violaciones a la intimidad. La acusación contra la marca Facebook, Ruhollah Momem Nasab (director adjunto de la división de internet del Ministerio de Cultura y Orientación Islámica) la hizo extensiva a Whatsapp e Instragram, marcas cuyo propietario también es Zuckerberg.

 

Del otro lado de la moneda, las reacciones de los gobiernos frente a la emergencia de plataformas de comunicación revelan rasgos autoritarios. Por ejemplo, el régimen de Bachar al Assad contrató a personal de la empresa italiana de cibervigilancia Area SpA porque deseaba rastrear a sus enemigos.

 

Investigaciones periodísticas de Bloomberg News y del Wall Street Journal revelaron que el entonces dictador egipcio, Mubarak, compró tecnología para penetrar en Skype con el objetivo de interceptar llamadas de activistas.

 

Ayer, China lanzó un ataque furioso en contra de la mensajería WeChat, y sin pudor alguno, como toda dictadura lo amerita, informó que “algunas personas  han usado este servicio para distribuir información ilegal y dañina, perjudicando gravemente el interés público y el orden en el ciberespacio”, sentenció la Oficina Estatal de Información de Internet en China (EFE, 28 de mayo). No es complejo que el régimen militar que encabezó el golpe de Estado en Tailandia haya desconectado 30 cuentas de Facebook como tampoco lo es para el régimen dictatorial cubano bajar del ciberespacio el periódico de Yoani Sánchez. No hay pudor, hay presunción.

 

Todo parece indicar que durante la revolución de la tecnología la violación a la intimidad es insoportable pero al mismo tiempo tolerable. Posición ambigua de millones de cibernautas que desean probar del protagonismo a un elevado precio: la intimidad.

 

En Estados Unidos, la NSA ya sustituyó al FBI. Una cierta perplejidad por el híper ciberprotagonismo nos ha hecho perder la noción de la realidad: la certeza de que el cártel lúdico, encabezado por Google-Apple-Facebook, colabora activamente con la NSA y con regímenes dictatoriales. Su respectiva oferta de servicios la conocemos de manera acotada. No sabemos con exactitud qué servicios le da Google a Xi Jinping; tampoco nos sorprendería cierta triangulación entre China, Rusia, Cuba, entre muchas otras conformaciones geométricas y estratégicas.

 

La retórica de la diplomacia sobre el espionaje nunca será transparente. Simplemente los mandatarios lo negarán a pesar de las evidencias. Las excepciones sorprenden. Como ocurrió la semana pasada cuando la CIA ofreció una disculpa a los familiares de niños paquistaníes que fueron víctimas de una campaña de vacunación apócrifa durante 2011. El objetivo de la CIA fue la de encontrar un mapa sanguíneo que le ayudara a ubicar al terrorista Osama bin Laden. Ahora se sabe que el médico que fue contratado por la CIA para maquinar tal campaña, se encuentra tras las rejas.

 

Gelnn Greenwald, elegido por Edward Snowden para dar a conocer los archivos que obtuvo de la NSA, explica en el libro “Snowden. Sin un lugar donde esconderse” (Ediciones B, 2014) que a diferencia del espionaje del siglo pasado, el actual, es decir, el de gran escala tiene repercusiones más preocupantes porque la demografía tiene un contacto permanente con los teléfonos inteligentes; no sólo eso, con ellos mantienen contacto en tiempo real con cientos o miles de personas a través de redes sociales. Tiene razón Greenwald. Yo agregaría que el ángulo lúdico del cártel de empresas, que día a día ganan protagonismo, ha producido en la sociedad un reflejo permanente que impide a sus integrantes reflexionar sobre el alcance del espionaje. Porque todos, tarde o temprano, nos veremos en la necesidad de utilizar el sistema PGP.