Atado a una camilla de hospital dentro de la cámara de la muerte, Ramiro Hernández-Llanas pidió perdón y dijo que estaba en paz antes de recibir la inyección letal que le produjo la muerte esta tarde en la cárcel de Huntsville, Texas.
“En verdad estoy viendo al ángel de Dios”, fueron las últimas palabras que pronunció en dijo en español el segundo mexicano en ser ejecutado en esa entidad y quien había sido beneficiado por el Fallo Avena de la Corte Internacional de Justicia en 2004, en que se pedía a Estados Unidos revisar 51 casos de mexicanos condenados a pena de muerte.
Ramiro levantó la cabeza de la camilla tres veces y envió tres besos fuertes hacia su hermano y hermana y dos amigos que presenciaron la ejecución a través de una ventana.
E instó a sus hijos a “aprovechar su tiempo en la Tierra”.
De acuerdo con un cable de la agencia AP, las declaraciones finales duraron cinco minutos y en ellas Hernández-Llanas también señaló: “Pido perdón a la familia de mi jefe”
Hernández, de 44 años, estaba en Estados Unidos sin autorización cuando fue arrestado en octubre de 1997 por la muerte de Glen Lich, de 49 años, ex profesor de historia de la Universidad de Baylor, así como por apuñalar también a la esposa de este.
Diez días antes, Lich le había dado empleo en su rancho cerca de Kerrville, a unos 105 kilómetros de San Antonio, a cambio de que lo dejara vivir en la propiedad.
Ella sobrevivió y testificó en contra de Hernández-Llanas.