La desmediatización de la política representaría el fin del rating público, y lo que ello signifique. Romper la burbuja del espectáculo político generaría bienestar a la población porque los nombres de marca desaparecerían y, desde el anonimato, los políticos no tendrían otra actividad por hacer que la de trabajar. Unos calificarían tal hipótesis como una distopía; otros, pensaríamos que se trata de una utopía.

 

La distracción es el rasgo de la transmodernidad. En el siglo pasado, el zapping televisivo hizo las veces de distractor. Ahora, la tiranía de Twitter se extrapola al más íntimo de los momentos que tiene el ser humano. Mientras más seguidores, Narciso de Tal, el tuitero estrella, se enorgullece de su popularidad, eufemismo de lo que hoy se entiende por inteligencia.

 

El pasado viernes, la psicoanalista Miley Cyrus le aplicó una felación a Clinton durante un espectáculo-diván; la masa frente a ellos gimió. El gesto semiótico revela el estado que guarda la industria de la política. No es un déjà vu cualquiera. El acto de Cyrus es un híper performance político-espectacular con múltiples lecturas. La principal es que la política es una industria en decadencia, y lo es porque sus integrantes, un buen día decidieron convertirse en espectáculo (El Estado seductor, Régis Debray, 1997;  La sociedad del espectáculo, Guy Debord, 1967; Homo videns, Giovanni Sartori, 1998). Ya no es posible, para los políticos, competir con el periódico personal (twitter) cuyos editores (tuiteros) seleccionan a sus estrellas esperando que ellas, las estrellas, respondan en agradecimiento con un follower.

 

Las narrativas de YouTube, Facebook y Twitter pensionaron a las mañosamente utilizadas por los políticos donde la retórica se convirtió, por muchos años en la savia seductora.

 

El neosurrealismo digital ridiculiza con memes a los actores políticos. En realidad, los memes son algo más que el empotramiento de la ficción sobre la realidad, los memes son los puentes que unen a la clase política con la sociedad. Realismo puro en el interior del ocultamiento total, o si se prefiere, luz sobre el imperio de la mentira.

 

El primero de enero nos despertamos con el rostro del gobernador de Chiapas, Manuel Velasco, instalado en nuestro cerebro. ¿Inteligencia artificial conquistando nuestros terruños cerebrales? Demasiado condimento ideológico en la pregunta. La publicidad ramplona se auto descubre sin necesidad de ideas descodificadoras. Ya lo dijo Michael Crowley: Saving Mexico, sobre el cuerpo del presidente Enrique Peña Nieto en la portada de la revista Time. La inflación de adjetivos es similar a la de los precios: carcome al organismo social. Caso contrario es la metafórica portada de The Economist (que circula durante esta semana), con un Messi desolado que revela a una Argentina atribulada.

 

La sapiencia de los comunicadores políticos se manifiesta en contra de la modernidad, o si se prefiere, el existencialismo publicitario lo ha detonado la clase política que, como novata en la conducción de automóviles, arranca en tercera velocidad. El equipo de marketing de la estrella pop de la política, Barack Obama, sostiene una batalla de percepciones en contra de la realidad. Su storytelling no funciona como escudo antimisiles frente a la dinamita que detona Edward Snowden, rector universitario, héroe entre hackers, y terrorista (exclusivamente para los honorables miembros del Tea Party, y algún otro despistado).

 

La empatía de Miley Cyrus cubre las arenas transmodernas del espectáculo. Unos, los políticos, se reúnen para deliberar sobre los pecados que produce el consumo de la mariguana, otros, como Cyrus, se cachondea a través de las desfallecidas cámaras de MTV fumando un porro y, por si fuera poco, sabotea el matrimonio de los Clinton a través de una felación global a través de YouTube.

 

El conservadurismo mexicano se expresa a través de memes; Cyrus, como si se tratara de un personaje novelesco de Michel Houellebecq, empotra su narrativa en arenas mediáticamente políticas. Así son las batallas de percepciones en nuestro siglo: memes y performance satírico en contra de la retórica. Unfollower a mediatización de la política.