Carrie (Dir. Kimberly Peirce)

 

Cuando se dio a conocer que Kimberly Peirce sería la encargada de hacer el remake de Carrie, el clásico de terror dirigido en 1976 por el cineasta Brian De Palma, la esperanza era que esta directora (notable debut con Boy’s Don’t Cry, 1999) supiera no sólo actualizar los códigos de los adolescentes de mediados de los años setenta, sino que además tuviese la habilidad de agregar una nota más femenina respecto a Carrie White, la relación con su monstruosa madre y con sus no menos terribles compañeras de escuela.

 

La mala noticia es que Peirce no sólo no sabe cómo dotar a esta historia (original de Stephen King) de una nueva visión, sino que su trabajo -apenas y funcional en la calca del texto original- resulta un desastre a tal grado que el espectáculo es justamente ver cómo la directora, lenta pero contundentemente, se empantana en su propia incapacidad y falta de ideas.

 

Y es que si había algo le sobraba a Brian De Palma era justo eso, ideas; no en vano esa perturbadora secuencia inicial donde Carrie y sus amigas se bañan en los vestidores de la escuela; los desnudos frontales, a cámara lenta, con una música discordante y a escasos minutos de iniciada la película hacían claro que De Palma no temía a nada. La desnudez sublimada por el terror de una Sissy Spacek cuasi famélica, con las manos ensangrentadas, sus ojos saltones y esa expresión de auténtico espanto al enterarse -del peor modo posible- sobre el sangrado menstrual.

 

Ideas que se manifestaban en una búsqueda constante por encontrar nuevas formas narrativas: la pantalla dividida, el múltiple enfoque a dos objetivos sobre un mismo plano, los planos secuencia, los silencios, las pausas, la luz. De Palma no deja de experimentar en Carrie, logrando la mayoría de las veces secuencias memorables y enigmáticas.

 

Más de treinta años después, Kimberly Peirce no tiene absolutamente nada que ofrecer. La trama de la cinta es la misma, algunas tomas incluso son calca de la película original, pero olvídense de los desnudos, olvídense de los personajes memorables (esa adorable desgraciada interpretada por Nancy Allen, la madre enloquecida en manos de Piper Laurie, la estupidez adolescente de John Travolta), olvídense de las tomas complejas o de los experimentos visuales.

 

Peirce sólo tiene bajo la manga la experiencia de una tétrica pero insuficiente Julianne Moore y la popularidad de una Chloë Grace Moretz quien jamás puede quitarse de encima su papel de niña badass, terminando por  sobreactuar la mayoría de sus secuencias.

 

La Carrie de 2013 es un filme que tiene miedo de sí mismo. Mientras que De Palma demostraba estar dispuesto a todo, Peirce peca de corrección política: elimina los desnudos, nulifica la naciente sensualidad de su protagonista (aquel baile arremolinado entre ella y Tommy Ross), peca de timorata al momento de sugerir la sexualidad rasposa de sus personajes (los juegos de dominación entre de Chris y Billy) y – lo peor- le perdona la vida a la maestra de gimnasia (encomiable Judy Greer), siendo que la Carrie de los años setenta no perdona -ni de chiste- a nadie.

 

Es claro que la directora de esta nueva versión jamás entendió que el terror no está en Carrie y sus poderes de telequinesis, el terror son los demás: su fanática madre, sus letales compañeras de clase, la estulticia del director de la escuela o el arrepentimiento tardío de aquella que cede al novio como vía de expiación .

 

Lo que antes era una poderosa alegoría sobre aquel terror llamado adolescencia, deriva hoy en deslavado y moralino mensaje revanchista anti-bullying. Afortunadamente siempre tendremos la versión de De Palma, un cineasta sin miedo a nada.

 

Carrie(Dir. Kimberly Peirce)

2 de 5 estrellas.