Un abrazo a Alejando Moreno y a Rafael Giménez, amigos reformistas

La tradición obliga a vivir bajo el amparo de las frases. “Perro no come carne de perro” es una de las más desafortunadas. Por muchos años se trató de uno de los Mandamientos del Periodismo: no hablar ni escribir de los competidores.

 

El primer periódico que incluyó al marketing como una actividad que ayudara a generar empatía con los lectores fue Reforma. Fue el primer periódico que tuvo el atrevimiento de preguntar a sus lectores cómo querían disfrutar un diario; desde lo más “superficial” como es el hecho de utilizar una tinta que no manchara los dedos, pasando por lo estratégico, como es el haber llevado encuestas y gráficas a sus páginas para aligerar lectura y comprensión; para finalizar en la creación de suplementos que fascinan a la clase media mexicana, como por ejemplo, observarse en las páginas rosas. Claro, lo más importante era el color. Convertir al periódico en una especie de televisión: magia en aquella época.

 

Por muchos años, los dueños y directores de periódicos no entendieron que la lectura de un diario podía ser lúdica sin que ello implicara la pérdida de rigor informativo. Lo peor del caso es que, frente a ellos, iniciaba la revolución de la tecnología, lo que implicó un cambio en los mapas mentales.

 

El nacimiento de Reforma provocó un terremoto en el que murieron varios periódicos: Novedades, El Nacional, El Heraldo de México, entre otros. Otros sufrieron el efecto de un rápido envejecimiento: El Universal y Excélsior. Después reaccionaron. No podían dejar el camino libre a Reforma.

 

En 1993 Germán Dehesa tuvo la brillante idea de sortear las resistencias de los paradigmas. ¿Por qué estar supeditado a la distribución monopolista que impedía a Reforma vender su producto en las tiendas de conveniencia? La respuesta bien la pudo haber imaginado un personaje de Héctor Suárez: “Noooomas”.

 

Veinte años después Reforma se reinventa: deja a un lado la “televisión” para convertirse en una tableta de papel. Un jugador heteróclito en la industria de los periódicos no es una simple anécdota. Esta industria, en México, pertenece más a la era fordiana que a la tecnológica.

 

El papel tiene que ser disfrazado para que sea consumido debido a que la información se consume en los teléfonos celulares. Es decir, el valor del papel cae de manera acelerada mientras que su precio continúa elevado. Elaborar una tableta de papel atiende a dos segmentos de la población: los obsesos de la experiencia de leer el periódico en papel (mayores de 40 años) y fortalecer la imagen de marca al posicionarse como innovadora.

 

La reducción en el tamaño de las notas no tendría que asociarse, siempre, a la reducción de la información. La realidad es que durante décadas una de las enfermedades silenciosas de los periódicos fue haberse dejado mimetizar por la retórica política. El trabajo de la edición pasa por Twitter. En pocos caracteres se puede decir lo necesario. El mundo intelectual busca los complementos analíticos en revistas, el nuevo hogar para muchos periodistas.

 

Por muchos años, los periódicos simulaban que eran los únicos del mercado. Los otros no existían. México ingresó al TLCAN en 1994 y el país necesitaba experimentar otra narrativa. Se necesitaba más rigor analítico en temas financieros (El Economista y El Financiero). Lo más importante era la ruptura de paradigmas. En particular, el paradigma de que el periódico de mañana era igual al de ayer.

 

Otro de los periódicos que pertenecen en el sector del smart news es 24 horas. Lector de Google, 24 Horas logró disparar el valor perceptil en la información a través de quitarle el precio al lector. Si la edición impresa de Reforma es una tableta de papel, la de 24 Horas es Google en papel.

 

Cada mañana 24 Horas mide la inteligencia del lector; nadie puede decir que no lee el periódico porque es caro.

 

Si aquella frase de “perro no come carne de perro” expresa la imposibilidad de criticarse entre periodistas, vale la pena reconocer a aquellos que se atreven a romper paradigmas.