¿Qué es la sociedad del conocimiento?

 

Para conducir un automóvil no es necesario ser ingeniero automotriz, sólo basta con saber operarlo y que requiere de determinados niveles de combustible, lubricante, refrigerante y aire a presión.

 

Del mismo modo, la apropiación social del conocimiento científico y tecnológico no implica que todos y todas andemos por la vida con una bata blanca o expresándonos en incomprensibles lenguas; no.

 

Si observamos detenidamente, notaremos que la ciencia, la tecnología y la innovación atraviesan la casi totalidad de las decisiones que tomamos en nuestra vida diaria: La mayoría de nosotros utilizamos un despertador automático para levantarnos de la cama, no un gallo.

 

Programamos nuestras agendas manejando conceptos como el tiempo y el espacio sobre los cuales nos hemos puesto de acuerdo con nuestros semejantes; así, por ejemplo todos estamos de acuerdo en que en estos días vivimos bajo el horario de invierno y, desde la noche del sábado 26 de octubre atrasamos una hora todos nuestros relojes (muchos de los cuáles, auténticos robots o autómatas, lo hicieron por sí solos).

 

También, todas las mañanas tomamos la decisión de desayunar o no tal o cual alimento; prepararlo de tal o cual manera; consumirlo en casa o en el trabajo (o camino a él). Incluso tomamos la decisión de vestirnos (salir desnudos sería una locura, además de una falta administrativa) de tal o cual manera (algunas personas hasta dicen que se visten “casual”, como si por casualidad se vistieran. Aunque la forma como combinan diseños y colores da, precisamente, esa idea de “causal”)

 

En este tipo de decisiones que parecen tan insignificantes están normadas, aun cuando no lo percibamos así, por el conocimiento que tenemos de nuestro entorno social y cultural. Si revisamos otra vez todas las decisiones que tomamos a lo largo del día descubrimos que la mayoría de ellas están basadas en el conocimiento científico y no sólo en nuestras creencias.

 

Partamos de la decisión de desayunar o no. Estamos hablando de un asunto que nos atañe a nosotros como personas, sino también a nuestra familia, comunidad país y al mundo entero: la alimentación. ¿Visto así, podríamos percibir que el problema deja de ser meramente personal para convertirse en algo mucho más grande, de índole nacional o mundial?

 

¿Ignora alguien que en estos momentos en México se debaten temas tan distantes y cercanos como hambre y obesidad? ¿Y qué decir de las propuestas y las acciones que se discuten para atender esos asuntos? ¿Qué parte de responsabilidad tenemos como ciudadanos en todo esto? ¿Qué implica la aprobación de un impuesto especial a las bebidas azucaradas? ¿Acaso no somos nosotros los primeros implicados en el diseño de estrategias y de acciones para mantener hábitos alimenticios que nos alejen de condiciones como el sobrepeso, antesala de enfermedades como la diabetes y las afecciones del corazón?

 

Cuando cada uno de nosotros, los ciudadanos, nos cuestionamos estos problemas y asumimos la parte de responsabilidad que nos toca al respecto iniciamos, incluso sin saberlo o proponérnoslo todo un proceso de políticas públicas y es este carácter ciudadano lo que las define. La política deja de ser algo exclusivo de los gobiernos y se transforma en lo público.