Educación tendría que ser el nombre del planeta Tierra. Sólo así se le pondría la atención que merece; la retórica maquilla demasiado a la educación. Del modelo político más exitoso del siglo pasado, Unión Europea, se desprende el programa educativo más importante de nuestro siglo: Erasmus. Con rigor analítico, vale la pena analizarlo a través de una de sus externalidades híper positivas: la transcultura. Es decir, cuando un alumno universitario español viaja hacia Italia para complementar sus estudios a través de Erasmus, participa en la arquitectura del entendimiento (del futuro). Se dice fácil. En realidad no hay retórica ni deslumbramiento detrás de las palabras. Se trata de un ejercicio educativo en lo fundamental como de entendimiento en lo cultural. Y sabemos que el entendimiento cultural es sinónimo de cohabitación. En efecto, cuando no existen movimientos bélicos pocos se preguntan por la causa benévola que produce la ausencia. Son los historiadores quienes se encargan de analizar el tema. Y si hablamos del siglo XX, las dos guerras justifican el cuestionamiento sobre las causas que generaron paz en Europa durante la segunda parte del siglo. Entre muchos componentes de paz, no tengo la menor duda que se encuentra Erasmus. Cuando se escuchan noticias sobre la reconfiguración de movimientos de intolerancia étnica, siempre pienso en Erasmus como la mejor medida para paliar sus efectos.

 

En España, desde 1987 (un año después de ingresar a la entonces Comunidad Europea), 395 mil estudiantes universitarios han participado en el Programa Erasmus; la mayoría de ellos tiene un rasgo transcultural vital para su progreso. El año pasado, 39 mil 545 alumnos españoles viajaron a Italia (ocho mil 282 estudiantes), Francia (cuatro mil 744), Alemania (cuatro mil 609) y Reino Unido (cuatro mil 170), entre otros. Las tasas anuales son crecientes.

 

Al escuchar el objetivo del programa Proyecta 100,000, uno no puede dejar de compararlo con Erasmus. Más allá de sus respectivas naturalezas, que son diferentes, sus efectos son similares: incentivar a alumnos para protagonizar el efecto transcultural a través de la educación, o si se prefiere, promover “la movilidad de estudiantes, investigadores y académicos entre México y los Estados Unidos”. El origen del programa es el 2 de mayo de 2013, día en que México y Estados Unidos anunciaron la creación del Foro Bilateral sobre Educación Superior, Innovación e Investigación. En él participan expertos mexicanos de 35 instituciones de educación.

 

El año pasado, existían registrados 13 mil 893 estudiantes mexicanos en Estados Unidos. En 2011, cuatro mil 167 jóvenes estadunidenses estudiaron en instituciones mexicanas. De todo el continente americano, México es el país con mayor número de estudiantes en EU; sin embargo, de todo el mundo, ocupa el noveno lugar. China, India y Corea del Sur encabezaron la lista en 2012. China tiene casi 14 veces más que México estudiantes en EU (194,029).

 

El poder blando es el más atractivo de los poderes. Es la educación el mejor referente de las relaciones internacionales. Y Estados Unidos, al tener las mejores universidades del mundo, posee una capacidad de atracción única en el mundo. La Universidad de California es la que recibió el mayor número de estudiantes internacionales en 2011/2012, nueve mil 269. En el grado de maestría, California State University-Northridge recibió a dos mil 803 estudiantes en ese periodo.

 

Lo que no se ve generalmente en la televisión y en todos los medios son los mecanismos del poder blando entre países. Siempre observamos las reacciones del poder duro: debates, gesticulaciones, sonrisas o cualquier tipo de manifestación natural de los políticos. Detrás de las pantallas, se encuentran programas como Proyecta 100,000, un ejercicio que emula a don Erasmus.