Filemón Alonso-Miranda
Filemón Alonso-Miranda

 

 

¿Existen todavía las bibliotecas públicas?

 

Sí, pero sus acervos no han sido actualizados en años, cada vez hay menos lectores que acuden a consultar bibliografía pues Google concentra gran partes de los textos. Los lectores se han trasladado a las pantalla y aunque de alguna manera hasta leen más eso no significa que sea de calidad. De igual manera ocurre con los libros, entre texto leído y texto comprendido hay una gran distancia. ¿A quién le interesaría acudir a una biblioteca pública entonces?

 

En el norte de la ciudad se encuentra un ejemplo de arqueología urbana: la Megabiblioteca Vasconcelos; un gigante de concreto y metal que almacena miles de libros de muchas disciplinas. Fue la cereza del pastel del gobierno de Vicente Fox, pero sus fallas estructurales la convirtieron en un monstruo semi-abandonado a pesar de ser un buen proyecto al que no se le ha dado seguimiento para fortalecerlo debido a las fobias de los gobiernos en turno que no dan continuidad a los de sus antecesores.

 

En una ciudad donde los conciertos en el Zócalo son sinónimo de proyectos culturales el fomento a la lectura debería ser el músculo de una sociedad dinámica crítica, informada, analítica, pero ¿eso ese nivel de ciudadanía le conviene a las estructuras del poder?

 

¿Para qué acudir a una biblioteca pública?

 

Una pregunta que se resuelve fácil si lo que uno necesita es un amplio acerco actualizado o sólo el placer de perderse en los pasillos silenciosos sin la pulsión de revisar cada minuto lo que se dice en Twitter y Facebook para no interrumpir la lectura.  Como parte de los rituales urbanos actuales este goce se ha trasladado hacia fuera de los sitios al punto de ponerlos en jaque si no entran a una fase de modernización urgente donde los acervos físicos se complementen con tablets, pantallas gigantes, ebooks a préstamo y gratuitos descargables en los dispositivos de usuarios, apps atractivas y programas de creación de nuevas escrituras en la red.

 


 

 

A principios de 2009 la Megabiblioteca mide más de 37 mil cuadrados y se encuentra a un costado de lo que fue el tianguis cultural de El Chopo, ahora simplemente un mercado de ropa, discos y atuendos urbanos; lo cultural se fue hace tantos años. Estuvo cerrada durante 18 meses luego de que se denunciaron todo tipo de fallas de construcción en la obra que costó más de mil 200 millones de pesos, pero el golpe final fue cuando se descubrió que  Sergio Vela, entonces responsable del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) dio su aval para que los andenes metálicos del lugar se usaran como escenario para una sesión fotográfica de moda.  

 

 

 

Como simple ejercicio de antropología urbana recomiendo acudir a la Megabiblioteca, recorrer los pasillos, hojear libros, sentarse en uno de los cómodos sillones que hay por todas las instalaciones. Hay Wi-Fi y no es fallido por si necesitan, también ofrece el préstamo de computadoras.  Un paseo por un lugar que no está planeado para ser un lugar-paisaje sino un lugar-de-libros. Otro dato: no deben dejar de visitar la “Ballena” de Gabriel Orozco, que a pesar de estar colocada en el vestíbulo principal, muchos pasan abajo de ella sin voltear a verla.

 

Si las bibliotecas no se crean ni se destruyen, sólo de transforman entonces en la ciudad de México aún falta mucho por llegar a esos fantásticos inmuebles de Japón o Finlandia que ya realizan un despliegue de arquitectura, tecnología y diseño para darle a los usuarios el tiempo-espacio para el goce de la lectura. ¿Pero, el placer de la lectura sólo puede acontecer en las 7363 mil bibliotecas públicas que hay en el país y en las 408 que tiene la ciudad de México? Si la respuesta es afirmativa entonces urge modernizarlas para que no sean lo que hasta muchas son, elefantes blancos; si la respuesta es negativa, entonces ¿qué función tienen ahora?

 

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