“Yo no pinto lo que quiero; son las cosas las que se me imponen en el cuadro”, dice Luis Candaudap (Bilbao, 1964) porque considera que el mundo es un campo de guerra, por eso “el espectador debe tener mucha fuerza para enfrentarse a los cuadros; mis obras son muy complejas”, dice en entrevista desde una terraza donde se observa el caos vial de avenida Paseo de la Reforma. Su apariencia es la de un asceta que ha sido obligado a bajar de la montaña a dar entrevistas para que explique cómo fue su vida artística durante su alejamiento del mundo.

 

¿Cómo es el cuadro perfecto? “El que no he hecho ni haré”, responde tras darle una fumada a su cigarro. Se esfuerza en remarcar que su objetivo es romper con el discurso figurativo que predomina en las obras del circuito comercial de eso que “llaman arte, pero ahora en realidad ya no existe el arte. Si es que aún está vivo, obvio no se encuentra en las galerías, vive escondido para que nadie lo atrape”. Está muy lejos de la transmodernidad, el capital, las modas y la magullada cotidianidad.

 

-¿En qué momento sabes que ya terminaste un cuadro?
-Nunca lo sabes; puedes acabarlo físicamente, pero jamás estará concluido. Esta es una de las cosas más complejas de la pintura: un cuadro jamás se termina, debes dejarlo en cuarentena mucho tiempo para conocer qué es lo que dijo. Hasta ahora nunca sé cómo va a funcionar un cuadro con el lector.

 

En un mundo en donde el tiempo se ha fragmentado, donde las audiencias de arte no se encuentran necesariamente en las galerías y museos, ya que internet permite ahora visitar exposiciones en tiempo real desde una computadora o un smarthpone, el reto del arte, agrega, es romper con esa visión de la realidad que proporciona la televisión. “La televisión es la nueva forma de muerte: habla de lo continuo, lo serial, lo repetible, el mismo mensaje para todos transmitido desde un solo lugar y en un solo formato. La pintura es todo lo contrario a esa globalización: cada pintura es diferente, los instantes en que uno entra al cuadro también son diferentes. El arte es un ejemplo de que la vida misma es irrepetible”.

 

Ha vivido en Varsovia y Barcelona; de México tiene en mente algunos recuerdos de su visita a la convulsa Chiapas del levantamiento zapatista a mitad de los 90 del siglo pasado. Sus trabajos se han expuesto en Beijing, Indiana, Madrid, Barcelona y París. Aunque no lo dice con todas sus letras, manifiesta su rechazo al mercado del arte que lo hace salir de su estudio para dar a conocer lo que hace durante meses en su laboratorio pictórico.

 

“Mi búsqueda pictórica consiste en escupir mi interior hacia el cuadro para que choque allí contra mis fracasos”, explica mientras da otra fumada a su cigarro, y luego añade que el oficiante de la pintura es alguien que desenmascara a las cosas “para ver cómo eran antes de las palabras, eliminar cálculos de variables, estar desnudo y perdido” en medio de colores, pinceles, ideas, imágenes, sensaciones.

 

Ahora se encuentra en la Ciudad de México para inaugurar esta noche su exposición “Algarabía”, con lo mejor de estos últimos 15 años de trabajo, como parte del ciclo de exposiciones de pintores contemporáneos del País Vasco organizadas por Casa Galería y Estación Coyoacán Arte Contemporáneo en la Ortega #23 esquina Carrillo Puerto, en el Centro de Coyoacán.

 

banista

Bañista sur le plage, de Luis Candaudap