Tres aproximaciones distintas acerca del concepto “arte”, otra reflexión o divagación si se quiere, sobre el oficio de la arquitectura y su repercusión en el espacio público.

 

Hace pocos días, un querido coleccionista de arte me mandó un link de Christies con información de cierta pieza de Anish Kapoor pidiendo mi opinión sobre la obra. Al verla me dio la impresión de tener poco que ver con su colección. Una especie de gárgola, extraño objeto circular de pared negro, como un arbotante de pasta, de 75 x 75 x 45 cm. y un precio estimado de salida de 85 mil dólares. Contesté bromeando algo así: “Después de haber visto el precio y las medidas, se me ocurre hacer la misma pieza en oro macizo por la mitad del precio, seguro de que, aun así, quedaría una buena ganancia… (sobra aclarar que mi broma sería típica de un ignorante en temas de arte)… cómo divisa supongo que debe tener buen interés”, acoté más seriamente después de investigar al artista. Había oído de Kapoor pero no lo tenía en mi cajón de favoritos; al ver su famosa pieza Cloud Gate en Chicago, lo identifiqué inmediatamente. El sitio web del artista es muy visitable, muy sugerente, con muchísimo discurso, muchísima obra y después comprendí un poco más. Antes que otra cosa, arte es conocimiento, “nos guste, o no”.

torres de satélite

Empezando el año, llegó a mis manos -siempre con gran oportunidad- el último libro de Seth Godin, The Icarus Deception. El autor es considerado uno de los teóricos de marketing más importantes del siglo XXI, y desde el mito de Ícaro, que por hacer caso omiso a su padre voló demasiado cerca del Sol hasta desplomarse, hace una propaganda perfecta para la nueva era o economía de la Conectividad, redefiniendo el concepto de “arte”.

 

No es colgar cuadros en la pared, es volar más cerca del sol y salir de la zona de confort, estirando la metáfora, en el entendido de que volar demasiado bajo es aún más peligroso porque aparentemente es más seguro. La zona de seguridad se ha movido y esa pseudoconformidad ya no conduce a la comodidad. En este contexto, la creatividad se ha convertido en una especie de actitud. Hacer algo imprevisible y valiente: hacer “arte”.

 

Ser un artista ya no es tener un talento específico, es un cambio de paradigma que todos podemos adoptar, nuevos caminos, nuevas conexiones, trabajar sin un mapa. Esta visión, nítida de esta época yo diría, resulta de asimilación obligada y absorción urgente en el repensamiento de la profesión y la formación de nuestros alumnos en las escuelas de arquitectura.

 

 

El pasado sábado me di la oportunidad de asistir a la presentación del libro Mathias Goertiz y la Arquitectura Emocional. Una Revisión Crítica (1952-1968)de Daniel Garza Usabiaga, comentado con brillo por José Luis Barrios Lara y presentado con erudición y gran sencillez por el propio autor. Un documento bellamente editado, con una disertación profunda sobre la arquitectura emocional de Goeritz, acotada (en el interés particular en lo referente al “arte público” que a su vez alimenta el debate sobre el deber ser de nuestro tiempo) por la construcción del Museo Experimental El Eco, Las Torres de Satélite, la serie Mensajes –murales y vitrales principalmente- y La ruta de la amistad, esto entre 1952 y 1968. El concepto acaso equívoco de emoción -todo o nada- en el discurso de Goeritz, la posición filosófica sobre lo sublime y lo bello, el rigor de la investigación que escapa al recurrente reduccionismo y que busca resolver la problemática sobre lo que emociona, o la relación que tuvo Goeritz con la arquitectura y con el espacio público -escultura urbana monumental- son algunas de las reiteraciones, volviendo a la reflexión inicial, de que arte es conocimiento, búsqueda, experimentación, pero nunca una asignatura accesoria en la profesión, en la academia, ni mucho menos en el espacio público.

 

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