La estela de luz, principal monumento del sexenio de Calderón es perfectamente representativo de su gestión. Es mediocre, caro y mal ubicado. La historia de su construcción está plagada de irregularidades: favoritismos, corrupción y desatinos. Estéticamente es insignificante. Está ubicada en la zona más saturada de monumentos y rascacielos por lo que pasa casi desapercibida.

 

Como en esta administración, lo mejor es lo que no se ve: el centro cultural digital, y el juego de luces que yace debajo de la columna. Tiene gracia y abre un espacio para la gestación de nuevas cosas de convivencia social.

 

La administración saliente, deja un país ensangrentado, frustrado y confrontado. Con un crecimiento mediocre, con infraestructura cara cuya construcción está llena de casos de corrupción. La pobreza aumentó, parte por la crisis, y parte por la falta de creatividad y compromiso para crear políticas públicas efectivas.

 

La estabilidad macroeconómica es real pero sin crecimiento. Omiten explicar que proviene de un precio del petróleo alto; de tasas de interés internacionales bajas y de la mínima exposición de los bancos a la fluctuación de la economía real ya que estos no prestan: la bancarización es de 23%.

 

El sector bancario es sólido más por la sobreprotección gubernamental que por su eficiencia. Vive principalmente de prestarle al gobierno (a través de operaciones de tesorería) y a estados y municipios. Este último es un negocio redondo porque ante problemas de liquidez, el gobierno federal responde. Los bancos nunca pagan las consecuencias de sus errores. Mientras, el sector no bancario (cajas de ahorro, sofoles…), es un desastre.

 

En su autoelogio, omiten recordar que el producto interno bruto cayó casi 7% en 2009, y en 2011 fue, apenas 5% mayor al de 2008. No menciona que nuestra competitividad tiene que ver con que, a diferencia de nuestros competidores, los salarios reales no han crecido. Tampoco se refiere al incómodo tema del empleo informal que llega a niveles de 60% según la OECD, tema que nunca quisieron discutir de manera seria.

 

Esta fue una administración mediocre con cifras alegres que cuando se analizan a fondo son limitadas. Fue un sexenio difícil, por el entorno internacional, pero sobretodo por la soberbia, falta de coordinación y creatividad del equipo federal. Fueron incapaces de generar soluciones distintas de lo que se había creado en los últimos veinte años. Lastimaron la capacidad de respuesta de las dependencias al sustituir mandos medios técnicos por panistas (con destacados ejemplos en SCT o en Sedesol). Despreciaron al congreso al grado que en las comparecencias muchos secretarios obviaban preguntas expresas y contestaban lo que querían. Mermaron la posibilidad de diálogo.

 

Es una pena porque cuando trabajaron de manera ordenada tuvieron buenos resultados como con el programa de guarderías (diseñado durante la transición) o el cierre de Luz y Fuerza del Centro (que tomó meses de planeación). Lástima que no hicieron de esa forma de trabajo una regla.

 

Como con la estela de luz, lo que no se ve es mejor. La violencia y la pobre relación con las autoridades fortalecieron a la sociedad que aprendió a organizarse y defender sus causas. La falta de creatividad y de cambios estructurales abren el camino para crear nuevas soluciones. Existe pues un espacio abierto para construir nuevas opciones y un gran margen de expansión si se conforma una verdadera visión de país. Esta por verse si la nueva administración la tiene y si la sabe desarrollar.