Durante las seis décadas en que el mundo disfrutó de la presencia de Chavela Vargas (Costa Rica, 1919 – México 2012) quienes escribieron acerca de ella buscaron entre todas las palabras del castellano para aproximarse a lo que sucedía con las canciones que pasaban por su interpretación: misticismo, profundidad, desgarramiento, erotismo. Ella, que guardó grandes secretos sobre sus amoríos y desventuras, compartió con quien quisiera escucharla el secreto de su poder extraordinario: su canto no nacía de la garganta sino de las entrañas, las vísceras y el corazón.

 

Antes de ser nuestra Chavela, fue la mujer que a los 17 años vendió una gallina y dos guajalotes para poder abordar un avión de hélice que le depositó en México. Atrás quedaron los abuelos que la criaron y apenas conoció, unos padres que, en sus propias palabras, “conoció demasiado” y unos tíos “a los que Dios tenga en el infierno”.

 

En nuestro país probó suerte de todo y ya entrada en sus 30, se hizo cantante de rancheras y comenzó a forjar su propia leyenda. Se codeó con la aristocracia intelectual y nacionalista del México de la primera mitad del siglo XX, cuando el cine nacional vio despegar a sus grandes estrellas. Fue protegida de Diego Rivera y Frida Kahlo, con quienes compartió habitación y lecho; se convirtió en la íntima amiga de José Alfredo Jiménez y fue la única que, en su funeral, tuvo el valor de romper el silencio y cantarle ahí, sin mariachis, las canciones que había compuesto para su pueblo.

 

Su fiereza se brincaba toda regla establecida. Nunca hizo pública su homosexualidad, no por pudor, sino porque creía que hablar de la orientación sexual de uno era “exhibicionismo barato”. Pero lo que importaba era su porte, enfundada en pantalones de hombre y botas, con una mágnum al cinto y  siempre cerca de una botella de tequila. Sobre todo, ese modo suyo de cantar, que despojaba de su carácter de fiesta al género ranchero y desnudaba la profunda desolación de la música mexicana.

 

La Chavela de México decía que nunca había aprendido a cantar. “Nací cantando”, se vanagloriaba. Con esa convicción ascendió de los antros de mala muerte a los cabarets de lujo y los grandes escenarios del mundo. Por dos décadas fue ama y señora de la música ranchera. Su interpretación de La Macorina (ya se ha dicho: cuando Chavela canta “Pónme la mano aquí, macorina”, se puede referir al corazón, a la pistola, al alma entera) y Llorona tienen su lugar en la genética latina.

 

Desapareció de nuestro panorama musical durante 35 años, en que se perdió en un alcoholismo destructivo del que pocos creyeron verla volver. Pero volvió, a los 72 años, rejuvenecida si cabe el término, con energía para entregar durante otras dos décadas su voz y afianzar su lugar como una de las grandes intérpretes de la canción popular en español.

 

Su regreso vertiginoso tuvo su origen en un recuerdo impreciso de Werner Herzog, que cuando comenzó el proyecto de Grito de piedra (Schrei aus Stein), -ese arriesgado filme sobre un par de escaladores y su lucha por conquistar uno de los picos más famosos de la Patagonia- recordó a aquella mujer de presencia imponente cuya voz le recordaba “la dulzura y el candor de la América”. Se empeñó en encontrarla para darle un papel en su película, así que envío a un emisario a dar con el paradero de aquella Chavela, a quien algunos incluso daban por muerta. Y la halló en su casa de Ahuatepec, Morelos, sana y fuerte, llena de vitalidad y enloquecida por hacer cosas impropias de su edad.

 

Al poco tiempo de esa reaparición, Jesusa Rodríguez le ofreció el escenario de su bar en Coyoacán, donde cada viernes Chavela Vargas salió cubierta con su gabán rojo a pulir hasta los huesos las canciones mexicanas. Su público ya no era el de las clases populares que la impulsaron a la fama años atrás. Chavela se encontró con que el público que le ovacionaba de pie estaba formado por la intelectualidad mexicana, en un momento de efervescencia política donde su canto encajaba de manera natural: su actitud y sentimiento eran el paradigma de la libertad donde se reflejaron artistas, escritores, periodistas y actores.

 

En ese bar fue donde la encontró el español Manolo Arroyo, quien la llevó a Madrid y la presentó con Pedro Almodóvar, a quien Chavela definía como su “amor en la tierra. Mi único amor en la tierra”. El cineasta incluyó su interpretación de “Piensa en mí” en Tacones lejanos. Desde entonces, la música de Chavela es una de las claves sobre las que Almodóvar asienta sus películas.

 

Y Chavela enamoró a España y se dejó enamorar. Grabó canciones con Joaquín Sabina y Miguel Bosé. En abril del 2012, alabó el trabajo de Concha Buika, a quien se refirió como su sucesora y que hoy se dedica a reinterpretar al modo del canto hondo las canciones de Chavela. En 1994, llegó el momento cúspide de su regreso vertiginoso y triunfal, con el recital que ofreció en el Olympia de París, en ese mismo escenario donde antes conmovieron a su público con un tono igualmente desgarrador Edith Piaf y Billie Holiday.

 

La leyenda de Chavela no puede diluirse con verdades previsibles. Las capas de su mito se acomodan una encima de otra: los agrios primeros años, su adopción por la bohemia dorada del Distrito Federal, Macorina, los amores prohibidos, la relación con Frida Kahlo y Diego Rivera, los chavelazos, su recuperación, su éxito en España…

 

En2006, alos 87 años, Chavela Vargas anunció solemnemente que se retiraría de los escenarios, con una última actuación en el Teatro de la Ciudad de México. Se alejó de los escenarios pero continuó activa, ofreciendo entrevistas en su casa de Tepoztlán, soltando frases provocadoras y recuerdos en clave de enigma para alimentar su propia leyenda.

 

Faltó también a la promesa de dejar a un lado la música, pues apenas en abril pasado o presentó La Luna Grande, un disco donde recita poemas de Federico García Lorca e incluye un par de temas inéditos. Ese homenaje al poeta granadino, según queda registrado en Las verdades de Chavela, de Ana Paula Meza y María Cortina (Océano, 2009) nace de una relación íntima que ha mantenido con el fantasma del poeta.

 

Antes de su muerte, ya había programados varias actividades en su honor: Concha Buika visita México con un concierto que retoma las canciones que Chavela hiciera célebre con su interpretación; además, el Carnegie Hall de Nueva York preparado para noviembre un tributo donde sus canciones serán interpretadas por cantantes mexicanas de diversas generaciones.