El lugar común indicará que tras la muerte de Carlos Fuentes, el sitio de honor en la República de las letras mexicanas está vacante. En el mundo real, lo que se atestiguó en el homenaje que se le rindió en el Palacio Bellas Artes fue no sólo su influencia sobre un robusto -por número y calidad de obra- grupo de escritores, sino el alcance que sus textos tuvieron en el ciudadano de pie.

En los honores al autor de La región más transparente hubo ausencias notorias, la secretaria de Relaciones Exteriores, Patricia Espinosa, por ejemplo, pero una presencia insospechada, la del público lector que aguantó a pie firme durante dos horas y media, bajo un sol abrasador, a que se permitiera el acceso al edificio construido por Adamo Boari.

El Estado Mayor Presidencial cercó con vallas el acceso principal al Palacio y cortó los accesos minutos después de las 11:30, en cuanto ingresó el presidente Felipe Calderón. De nada valieron reclamos ni trayectorias; como muestra, Emanuel Carballo, el historiador de la literatura mexicana, amigo de Fuentes, mayor de 80 años, llegó después del mandatario y no pudo traspasar el cerco.

Él y unas mil o 1500 personas desperdigadas a lo ancho de la explanada esperaron a que las puertas se abrieran armados de una paciencia infinita, porque ningún alma caritativa pensó en instalar una bocina o una pantalla para que pudieran seguir los discursos: emotivo el de Federico Reyes Heroles, improvisado el de Marcelo Ebrard, tomado de un texto del propio Fuentes el de Calderón.

         

En el vestíbulo de mármol, al pie de la escalera, el ataúd del escritor fallecido el martes, a los 83 años, se congregaron protagonistas de la política de diversos signos Calderón, Ebrard y José Narro, Juan Ramón de la Fuente, rector y ex rector de la UNAM éstos últimos, además de Porfirio Muñoz Ledo.

También, el ex secretario de Educación, Miguel Limón; por la comunidad artística Héctor Aguilar Camín, su esposa Ángeles Mastretta, Laura Esquivel, Arturo Ripstein, José Luis Cuevas, Jorge Volpi, Xavier Velasco. Además, José Ángel Córdova, secretario de Educación, y Consuelo Sáizar, presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Joaquín Díez-Canedo, director del Fondo de Cultura Económica.

 

Ellos escucharon a Reyes Heroles, amigo personal de Fuentes, enumerar sus virtudes: gran conversador, puente entre generaciones -fue el vínculo entre Alfonso Reyes y la generación del medio siglo a la que pertenecieron Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco- y divulgador de las vanguardias artísticas que no llegaban a un México cerrado, enciclopedia de cine, literatura, lector generoso con los autores jóvenes.

Después de él, Calderón hizo un breve recuento de obra y características de su narrativa, con el casi indispensable tropezón, al rebautizar una de las obras célebres como “La región más transparente del aire” cuando el texto, inspirado sí en una frase de Visión de Anáhuac, de Reyes, sólo reúne en su título las primeras cuatro palabras. A Fuentes hay que leerlo, dijo el presidente, y se arrancó reproduciendo las palabras del texto “Muerte”, incluido en el volumen En esto creo.

Poco más de 60 minutos duró la ceremonia. Tras la salida del presidente, los asistentes, entre los que se extrañó a sus amigos, Pacheco y Gabriel García Márquez, comenzaron a dejar el Palacio. Afuera, casi estoicos, los lectores todavía esperaron más de una hora antes de que los dejaran pasar frente al féretro para dar un adiós simbólico al escritor cosmopolita, mundano, refinado, que fue universal con una obra creada desde la realidad mexicana.