Apareció de improviso, en mi casa, un domingo a las diez de la mañana, el primer momento no lo reconocí: llevaba barba y un paraguas, botas, una larga casaca de terciopelo verde con cuatro pares de botones, y una corbata que era una llamarada. No lo veía hace seis meses y lo creía en Venecia, me habían dicho que vivía allá en el primer piso de un viejo palacio, que estaba encerrado a piedra y lodo, que terminaba una novela. Era cierto, me dice, pero ya se despidió de Italia, acababa de llegar a Londres y venía a quedarse.  (…)
 
Mientras yo me afeito, él hojea unas revistas, y conversamos sin vernos, a gritos: ¿no pensaba volver a México aún? No, de ninguna manera. Volvería más tarde, cuando le fuera indispensable verificar ciertas cosas en las sierras de Veracruz: allí estaban ambientados los episodios finales de la novela sobre Zapata. Le pido que me cuente algo de ese libro y él se repliega: no era muy fácil, todavía era un simple proyecto lleno de cosas oscuras.  (…)
 
Salimos a la calle, buscamos un café, y él sigue hablando. Está de muy buen humor, se le nota contento y pletórico de proyectos. (…)
 
Me habla de México, de esa sociedad dual en la que hay, de un lado, una burguesía industrial próspera, cuyas costumbres y modelos culturales corresponden a los de las grandes sociedades de consumo, y del otro, un sector rural anacrónico, esclavizado aún a una economía de mera subsistencia. Cambiodepiel, me dice, parte de ese desgarramiento, esa áspera dualidad mexicana es su supuesto (…). Tardó cuatro años en escribir este libro ambicioso y vasto, cosmopolita, y ya los organismos de censura lo han vetado por “inmoral y anticristiano”. Pero, al igual que en Italia, se está traduciendo ya en una docena de países. (…)
 
Pero ya tiene en la mente el tema de otro drama, muy complejo y difícil, de índole histórica: las relaciones entre Monctezuma y Cortés (…) le pareció muy válida la tentativa de describir el choque de dos culturas, en territorio americano, a través de dos personajes históricos: uno indígena, el otro español. Trabajará en este proyecto, me dice, apenas se instale en Londres.
 
Habla de modo que resulta contagioso. Cuando habla de lo que está describiendo, o de lo que acaba de leer, o de lo que hará mañana, parece que estuviera diciendo me saqué la lotería. Con perversidad le cuento que oí a alguien, no hace mucho, decir que atacar a Carlos Fuentes se había convertido en el deporte nacional mexicano. Él se ríe, feliz: como chiste es excelente, dice. Él no tiene tiempo para atacar a nadie, en todo caso: con escribir, leer y viajar ya tiene de sobra. Pero la verdad es que se da tiempo para hablar de la gente que aprecia o admira: Julio Cortázar, por ejemplo. Piensa que es, tal vez, el creador más alto de la lengua hoy en día, y también un ejemplo a seguir como hombre comprometido con su vocación, entregado a ella en cuerpo y alma. Me habla también con fervor de Octavio Paz, de su pensamiento penetrante, desmitificador y universal, y de su poesía, cada vez más despojada y esencial. Luego, habla de las últimas películas y piezas de teatro que ha visto. No lleva cuarenta y ocho horas en Londres y ya sabe cuáles son los mejores films de la cartelera, las obras de teatro que es indispensable ver. ¿Cómo hace para estar en todo a la vez, para no ser tragado por la vorágine de la actualidad? Él se las arregla para leer todo lo que importa (…) y nada de esto lo aparta de su trabajo de escritor, al que dedica cuatro o cinco horas diarias. ¿Cómo hace? Él, claro, se ríe: es un secreto profesional, dice.
(TEXTO RESUMIDO)