Lo que no se mide no avanza, suele enunciarse como respuesta de quienes luchan a diario por llevar a la ciencia al frente de la sociedad y a la innovación al frente de la economía.

 

En el caso de la ciencia, es lugar común advertir que aunque el conocimiento científico no es ni remotamente democrático, tampoco tiene más autoridad que el generado por la demostración de lo que afirma, mediante el simple acto, al que se someten todos los científicos del mundo, de exponer experimentos, observaciones, datos, puntos de vista y evidencias para luego apartarse y esperar humildemente la evaluación efectuada por sus pares, tal como lo señala el químico José Antonio Chamizo en diversas obras de divulgación.

 

También es cierto que los investigadores científicos, tanto los de las llamadas ciencias naturales o duras como los de las sociales o del espíritu, han desarrollado rigurosas como complejas formas para evaluar la cantidad y la calidad de nuevos conocimientos, los cuales han derivado en lo que se conoce como cienciometría.

 

La cienciometría ofrece una modesta gama de herramientas y procesos para cuantificar y calificar la generación de nuevos conocimientos. No obstante sus limitaciones, este instrumento es el más socorrido a nivel internacional para mostrar qué tanto los conocimientos científicos y, tecnológicos, así como la innovación de productos y procesos basados en ellos realmente impactan en el desarrollo económico y social de un país determinado.

 

¿Cuáles son esas limitaciones cienciométricas y por qué resulta tan complicado el análisis y la evaluación de la productividad científica de una nación como la nuestra? Una de las formas más recurrentes de los científicos para difundir sus hallazgos es la publicación de artículos en los que documentan, con todo rigor metodológico, sus experimentos u observaciones, así como sus conclusiones.

 

Esos artículos se conocen como papers porque se publican en las revistas indexadas o arbitradas internacionalmente y cuya lengua común es el inglés. Después, se puede medir el impacto que tiene el conocimiento así generado por el número de veces que un determinado trabajo científico y su autor o autores son citados por otros miembros de la comunidad científica, o de su misma disciplina, en el resto del mundo. A esta medición se le conoce también como citación.

 

Respecto de las primeras, nos enfrentamos a una circunstancia peculiar: la abundancia de publicaciones no se traduce necesariamente en la generación de conocimiento. Lo mismo suele ocurrir en el caso de las citaciones, pues la cantidad de citas no necesariamente apuntan a la calidad de lo citado.

 

Hay todavía una cuestión más difícil. Las ciencias sociales no se difunden en las publicaciones indexadas y esto complica aún más su evaluación, al menos cuanto hace al nivel de certidumbre de la calidad de sus aportaciones. Desde luego, los científicos sociales argumentan que no es posible que los parámetros de las ciencias duras puedan extrapolarse a sus parcelas del conocimiento y tienen toda la razón. Sin embargo, así como hay ciencias duras que no por ello pueden ser experimentales, como por ejemplo la Astronomía, pues como bien apunta el doctor Marcelino Cereijido, no podemos quitar o poner astros en el cielo para ver qué ocurre, tampoco podemos llevar a cabo experimentos en lo social, aunque se pueda, porque estaríamos faltando a los más elementales principios de la Ética.

 

En fin, que con este telón de fondo, mañana, el Foro Consultivo Científico y Tecnológico A. C., presenta el RankingdelaProducciónCientífica  Mexicana, en una especie de vademécum o “quién es quien” en la ciencia nacional. La cita es en el Salón Crowne de Dakota No. 95 de la colonia Nápoles en punto de las 18:00 horas y la entrada es libre.

 

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