Por años, Elba Esther fue considerada el dragón invencible de la política. Los políticos le temían y buscaban su apoyo. Ella prometía triunfos electorales y apoyos magisteriales. Con grandes capacidades de liderazgo y control de su gremio, cumplía con todas las herramientas requeridas para ser exitoso en el viejo régimen.

 

La alianza PRI–PANAL desde un inicio parecía bizarra. Era el reencuentro amoroso de un viejo matrimonio cuyo divorcio iracundo se dio entre golpes, abusos e insultos. Quisieron reconstruir su vida conyugal sin sanar las heridas de fondo. Él la busco por comodidad, ella, dolida y rencorosa, aceptó a cambio de una larga y abusiva lista de concesiones. Quisieron ser prácticos, argumentaron un mejor futuro para sus afiliados, pero, las heridas de fondo y las nuevas amistades (los votantes), tiraron el teatro.

 

Hay muchas explicaciones de este rompimiento que no son excluyentes entre sí. Hay componentes cupulares como atender las cuentas por cobrar de Labastida y Manlio Fabio, y temas controversiales en negociación como el futuro de Mario Marín. Allende los ajustes palaciegos, hay elementos que vale la pena considerar, por sus implicaciones sobre el desarrollo de la sociedad.

 

En primer lugar, destaca la rebelión priista. Aquellos que creyeron que la popularidad de Peña era suficiente para garantizar la disciplina interna, se equivocaron. El PRI ya no funciona como antes. Los líderes locales no están ya dispuestos a aceptar la abnegación ni sumisión a ultranza. Las bases priistas han recobrado su autoestima y saben lo que valen. Ellos trabajaron los votos, son suyos. No están ya dispuestos a ceder capital político al capricho cupular a cambio de nada. La crisis del PRI en Chiapas, Quintana Roo y Sinaloa no es menor y denota un nuevo modelo de interacción al interior del partido donde las bases juegan un rol distinto al de antaño. Pasaron de soldados a militantes. Con la limpieza electoral, a nivel local, los votos empiezan a vincular a los líderes con sus bases más que con sus cúpulas.

 

La segunda explicación tiene que ver con el costo político de asociarse con la maestra. Aporta poco y exige mucho. Ofrece presencia en las casillas pero ya no el triunfo en la elección. No garantiza el voto de los maestros, ni la instrumentación de las reformas (por mínimas que sean). A cambio, exige cotizados escaños, reformas marginales al sistema educativo y beneficios extra normales para su sindicato (no para sus agremiados). Si se enoja hace público todo arreglo.

 

A la falta de resultados políticos se suma la creciente aversión de la sociedad al sindicato y a su lidereza. Se evidenció el daño que causa su férreo control sobre el sindicato: impide el desarrollo de los maestros, y la adecuada administración pedagógica de las escuelas. Crece la conciencia de su responsabilidad sobre la pésima calidad de la educación. Cotidianamente, analistas y activistas estudian y hacen público el tema. Todas las explicaciones del desastre educativo la incluyen a ella.

 

Aliarse con Elba Esther implica crecientes costos políticos y pocos éxitos plausibles. El PRI se percato tarde, pero rectificó. El PRD se deslindo y en el PAN, solo Cordero quiere correr el riesgo. Crece la evidencia de que aliarse con la maestra puede impactar negativamente en votos. Los partidos empiezan a reaccionar. Tal vez nuestra lastimada democracia empieza a rendir frutos. Tal vez, Elba Esther, dragón de fuego electoral, se ha transformado en un vulnerable dragón de papel.

 

Feliz año del dragón.

 

@cullenaa