Este 2 de diciembre, Adolfo Aguilar Zínser hubiera cumplido 62 años. Cuando lo recuerdo, me pregunto qué pensaría del México de hoy. Era un analista irreverente cuya línea de pensamiento estaba siempre dos pasos adelante de los demás.

 

En 1995, me confesó que lo único que deseaba era ver caer al PRI antes de morir y heredar a sus hijos un México democrático. El PRI lo obsesionaba pero no franqueaba la barrera personal. Le conocí muchos amigos priistas con los que dialogaba, escuchaba, tendía puentes.

 

Me invitó a colaborar en la investigación de la polémica comisión Conasupo. Pocos querían participar en tan cuestionada labor, no por la falta de paga sino por lo que implicaba confrontar al poder ejecutivo. Las comisiones investigadoras eran recursos poco socorridos por el Congreso. Adolfo las puso de moda.

 

No sabíamos qué encontraríamos. Demostrar los desfalcos de Raúl Salinas era técnicamente muy difícil sin recursos tecnológicos ni humanos, pero Adolfo confiaba en que algo aparecería.

 

Encontró un documento que probaba que Ernesto Zedillo, presidente en turno, había autorizado, como secretario de Programación, un reembolso millonario pero irregular a Maseca. Adolfo empezó a recibir amenazas cada vez más severas. Se decidió entonces precipitar el anuncio de los resultados para protegerlo.

 

Las descalificaciones oficiales no se hicieron esperar. Lo trataron de loco. Resultaba inadmisible que un diputado independiente acusara al presidente de corrupción. A pesar de ello, Zedillo moderó su reacción. Fue Chauyffet, entonces secretario de Gobernación, quien perdió los estribos en una comparecencia ante el congreso. En respuesta, Adolfo publicó un conocido artículo en el periódico Reforma titulado “el archipiélago Goulag”. El proceso se siguió legalmente a pesar de la molestia oficial.

 

Fue muy distinta la reacción de la administración Calderón ante la denuncia en la Haya. A este presidente le ganó el estómago. En 1997, Emilio Chuayffet alegaba el daño a la investidura presidencial. Aquí, la oficina de Presidencia se queja de un injusto daño personal.

 

No es lo mismo una acusación por corrupción que una por genocidio. México es en muchas cosas muy distinto al que Adolfo dejó. Antes descalificaban al acusador por locura, ahora por su ideología, (afín a López Obrador). Antes se iban a tribunales, ahora se quejan y descalifican a poder judicial cuando no les da la razón. Los autoritarios defendían (en discurso) a las instituciones. Los demócratas blanquiazules no toleran la disidencia.

 

Hoy se apilan los cadáveres antes sólo el dinero. Los cambios institucionales relevantes pasan desapercibidos, opacados por la sangre la ineficacia y el discurso oficial visceral y excluyente. Pero, a río revuelto ganancia de pescadores y los priistas no pierden el tiempo. Las diferencias en las formas de gobernar llevan el destino nacional a la convergencia con su pasado.

 

Moreira renunció con bombo y platillo. Quedó como el estratega que generosamente deja el partido para protegerlo. El sr. defraudó, al menos indirectamente, a los coahuilenses pero nadie lo toca. Los priistas se placean a la vieja usanza. Presumen sus triunfos. Conforme se fortalecen, con más fibra hacen evidente su indisposición al cambio. Después de cada triunfo, nos restriegan con más vigor que no dejarán el viejo modelo de gobierno con impunidad. Nos acercamos a los tiempos de Adolfo así que urge buscar que ese retroceso sea sólo coyuntural.

 

@cullenaa

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