I

Sí, el Centro Histórico de la ciudad de México es sin duda uno de los lugares más bonitos de la capital, aún tras años de remodelaciones;  es visitado al día por millones de personas que ingresan a sus espacios comerciales, museos,  Palacio Nacional, oficinas, restaurantes, librerías, plazas comerciales, inmuebles históricos, y más. Hasta ahí todo bien, pero ¿en caso de emergencia cómo lograr salir del primer cuadro en menos de 10 minutos? Casi imposible. Todas las calles están saturadas de transeúntes y conductores que hacen de este epicentro, desde el punto de vista de Protección civil, en una especie de “trampa”. Si uno sale en vehículo de la Plaza de la Constitución con rumbo al Eje Central (ahora llamado Eje Cero Emisiones) digamos a la 1 de la tarde,  debe atravesar cinco calles en un lapso de 20 minutos. Ahora, si se quiere llegar desde el  Zócalo hacia Avenida Izazaga por Avenida Pino Suárez se hacen 18 minutos. En cambio, si queremos llegar hasta La Lagunilla por Brasil se hace, en promedio, el doble de tiempo porque hay 11 calles de distancia.  Pueden parecer mínimos éstos detalles, sin embargo es una situación que a las autoridades se les escapa al momento de definir hasta dónde debe frenarse el crecimiento del Perímetro A.

II

Giogio Agamben comentaba que “desear es lo más simple y humano que existe. Entonces ¿por qué nuestros deseos nos resultan inconfesables? ¿Por qué es tan difícil ponerlos en palabras? Tan difícil que terminamos por esconderlos; construimos para ellos una cripta en alguna parte de nosotros, donde permanecen embalsamados, a la espera”. Ahora podemos añadir que, en efecto, permanecen embalsamados pero a la vista de todos, en cualquier calle, en los gigantes espectaculares instalados en las vías principales de la ciudad cazando compradores o seduciendo a televidentes. El deseo, al menos el mercadotécnico, no se esconde en ninguna parte: se exhibe desnudo ante la mirada del transeúnte porque ha sido despojado de su condición erótica primaria para ser transformado en un producto. ¿Por qué? Porque las ciudades ya no son esas construcciones que los humanos hicieron para hacerse la vida más fácil, sino flujos espaciales, zonas de tráfico y de consumo, como describe el antropólogo francés Marc Augé.  Por eso ahora se puede comprar en cualquier farmacia la “manifestación” o la “sensación” del deseo a través de pastillas azules.   En el capítulo cinco la famosa serie de animé Lain, el personaje principal, una especie de cyborg dice: “Una teoría señala que el hombre todavía es un Neanderthal, y que en todo este tiempo no ha sido capaz de evolucionar. Si es eso es verdad, ¿entonces en qué criatura tan absurda se ha convertido? No se sabe qué los impulsa a mantener sus cuerpos sólo para satisfacer los deseos de la carne. Ellos son inútiles, ¿no lo crees? Así es toda la humanidad”.

 

@urbanitas