Como quizá nunca antes en los tiempos cercanos el gobierno de la nación se halla en el fondo de un pozo oscuro. El accidente mortal en el cual perdieron la vida el secretario de Gobernación y otros colaboradores y servidores públicos, pone al régimen ante caminos sin salida.

 

Si la desgracia hubiera sido ocasionada por un sabotaje, lo cual ha sido implícitamente negado siquiera como una posibilidad, el gobierno quedaría exhibido en una impresentable condición de vulnerabilidad, víctima constante de acciones tan funestas como el crimen de un alcalde a pocos días de la contienda electoral michoacana, con la hermana del presidente como candidata o el sabotaje con granadas en una noche de Grito en Morelia, sin contar con otras acciones con las cuales México tiene hoy una imagen nacional e internacional de desconcierto y peligro.

 

Es decir, no quedaría otro remedio sino admitir acciones terroristas en el país, como ya hizo con todas sus letras, cuando el incendio del Casino Royale en Monterrey.

 

Para cualquier sistema político resulta impensable aceptar plenamente no la existencia de estos grupos sino la posibilidad de una fuerza tan bien  organizada como para interceptar los aviones y helicópteros oficiales, ocupados por el segundo funcionario en la jerarquía nacional, en pleno vuelo y derribarlos. Una y otra vez. Y en este sentido no podemos tampoco olvidar el caso de Ramón Martin Huerta, paradójicamente secretario de Seguridad Pública.

 

Por eso quizá la vocera presidencial nos negó a todos el derecho siquiera a reflexionar sobre el caso. Al dar cuenta de los lamentables hechos, nos advirtió con luctuosa severidad:

 

“En este momento se están evaluando todas las posibles causas que hayan propiciado este muy lamentable incidente. Por respeto a las víctimas y a sus familiares, el Gobierno Federal agradecerá a la opinión pública que sean las investigaciones correspondientes por las autoridades las que clarifiquen estos lamentables hechos”.

 

¿Esto quiere decir cállense, no opinen, no especulen, no piensen, no reflexionen, no recuerden, no comparen?

 

Pues quizá alguien le haga caso en México, donde algunos toman sus sugerencias como instrucciones, pero la prensa extranjera es rica en implicaciones y asociaciones entre el cargo del desparecido señor secretario de Gobernación y la lucha contra el narcotráfico.

 

La BBC dice: “Mr. Blake Mora, 45, was appointed to the post last year and was a key figure in the war against drug cartels. The helicopter had initially been reported missing. Some Mexican media reports said there was heavy cloud at the time”. (El señor Blake Mora (45 años) fue designado para ese cargo el año pasado y era una figura clave en la guerra contra los carteles de la droga…)

 

El País, de Madrid, informa de este modo: “…La muerte de Blake se produce tan sólo tres años después del fallecimiento del también secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño en accidente de avioneta en una zona céntrica de la capital mexicana. La desaparición del ministro del Interior crea auténtica inquietud entre la clase política y la sociedad de este país, azotado por la violencia, y en pleno arranque del año electoral -comicios presidenciales el próximo 1 de julio-, una de las responsabilidades directas de Blake”.

 

Como se ve, y valga la apostilla, El País no tiene la menor idea de cuánto ha ocurrido en México en los años anteriores. Blake no tenía ninguna responsabilidad directa en el proceso electoral. Eso es asunto del Instituto Federal Electoral, cuyo funcionamiento constitucional lo dota de autonomía. Pero en fin.

 

La Prensa Asociada, con mucho la agencia de noticias más importante del mundo, dice:

 

“Muere ministro mexicano de Gobernación al caer helicóptero

 

“El secretario de Gobernación y principal miembro del gabinete presidencial de México que supervisaba la lucha contra el narcotráfico, Francisco Blake Mora, murió el viernes al desplomarse el helicóptero en el que viajaba junto con otras siete personas, informó la presidencia de la República.

 

“Antes de conocerse el resultado de las investigaciones periciales; es más, antes de iniciarse siquiera, el presidente de la República dio un indicio de confianza (quien sabe con cuánta eficacia) durante la lectura de su mensaje: de condolencia: el aparato siempre estuvo resguardado por el Estado Mayor Presidencial, como si eso fuera una garantía de su perfección mecánica y una apuesta por la imposibilidad de un sabotaje”.

 

Como se quiera ver el velo de sospecha no ha podido ser evitado, como tampoco pudo serlo, dicen, la nubosidad de la ruta con el cambio de trayectoria del Eurocopter Super-Puma.

 

Pero nosotros debemos centrar el análisis en las causas “accidentales” del accidente. Ya Dionisio Pérez Jácome, secretario de Comunicaciones y Transportes nos ha repetido el guión de Luis Téllez a quien le correspondió explicar el avionazo de Mouriño en plena ciudad, con la inolvidable alegoría de la mosca atrapada en un ventilador.

 

Y en los avances de la investigación Pérez Jácome nos dice con toda claridad. No hay indicios de una explosión, lo cual deja de lado toda sospecha de explosión, pero nada más. Quizá haya otras formas.

 

Si estos indicios fueran suficientes y el accidente mortal se hubiera debido a la “nubosidad” prevaleciente en la zona a esa hora, nos hallaríamos entonces frente  a una pregunta simple:

 

¿Cómo se les ocurrió volar en esas condiciones?

 

En la larga lista de los elogios post mortem a los cuales se hace merecedor todo aquel cuyo paso a la otra vida se de en condiciones similares, el piloto, como veremos después, ha sido cubierto de reconocimientos a su pericia y capacidad, por lo cual resulta extraña su conducta, su desvió de la ruta y el intento de aterrizaje “lineal” cuyo resultado fue la destrucción entera del aparato cuyos restos quedaron esparcidos en el suelo boscoso como la cauda de un cometa mortal.

 

O como dijo Gilberto López Meyer, director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, sobre el patrón de dispersión de los pedazos del helicóptero: se ve uniforme a lo largo de los 150 o 200 metros con  una anchura de 30 a 40 metros, “lo que habla de un impacto en condiciones normales de vuelo, recto, nivelado, con una velocidad relativamente baja de 200 kilómetros por hora. Presumiblemente, el piloto pudo haber penetrado en una condición normal de vuelo (¿?) y se adentró en un terreno escarpado”.

 

¿O sea la condición normal del, vuelo precede al choque contra el suelo?

 

Pero esto dijo el secretario en torno de la ruta:

 

“A las 8:45 horas, el piloto se comunicó a la radiofrecuencia de la Torre México, reportando el despegue del Campo Militar Marte con destino a la ciudad de Cuernavaca. A esa misma hora, los operadores del Centro de Control de Servicios a la Navegación en el Espacio Aéreo Mexicano visualizaron al helicóptero en las pantallas del radar volando con rumbo sureste.

 

“A las 8:50 seguía visible con el mismo rumbo. A las 8:55 horas se pierde la visualización registrando su última posición geográfica en las coordenadas 19 grados, 10 minutos, 37 segundos de latitud norte y 98 grados, 56 minutos y 26 segundos de longitud oeste. Al comprobarse que la aeronave no había llegado a Cuernavaca a la hora estimada de inicio del evento, a las 9:30 horas y que no se encontraba en las pantallas de visualización, de inmediato se enviaron aeronaves para su búsqueda, las cuales avistaron el helicóptero siniestrado a las 11 horas con 12 minutos en Santa Catarina Ayotzingo, Chalco”.

 

Lo prolijo de datos no contesta la pregunta ni sus implicaciones: ¿por qué volar en esas condiciones?

 

De ser esta la versión final, como en el caso de Mouriño fueron la mosca y las aspas imaginarias, deberíamos calificar de inepto al piloto capaz de hacer las cosas en contra de toda lógica. Y eso dejaría muy mal parado el prestigio, bien ganado, por otra parte, del Ejército Mexicano. O del Estado Mayor Presidencial, una de sus ramas.

 

Pondrían a este capitán de tanta experiencia y méritos, a la altura de los matalotes a cargo de quienes estaba el piloto del jet de Mouriño a quienes escuchamos asustados, en las grabaciones parcialmente disponibles, asustados de revelar su ineptitud.

 

En estas condiciones la apuesta vendría a ser por el error humano.

 

El error se iniciaría desde el momento de intentar el cruce de una zona boscosa atacada por la neblina y se continuaría por el cambio de la ruta sin ninguna advertencia por parte de los controladores aéreos quienes avisaron su desaparición cuando ya había ocurrido el accidente.

 

La falla mecánica de la nave, como lo hizo notar la AP; ya fue descartada por órdenes presidenciales, gracias a la advertencia del resguardo del EMP.

 

También Pérez Jácome habla de la calidad del aparato. Se fabricó en 1984 y fue adquirido por Presidencia de la República en 1985; tenía certificado de aeronavegabilidad vigente al 13 de julio de 2012 y póliza de seguro actualizada; contaba con 6 mil 501 hora de vuelo; el último mantenimiento que se le hizo fue del 4 al 6 de noviembre del 2011 en el hangar presidencial.

 

“La bitácora de la aeronave muestra que posterior al mantenimiento se hicieron vuelos el 9 y 10 de noviembre por 3.40 horas sin novedades que reportar. El piloto, teniente coronel, Felipe Bacio Cortés, contaba a mayo de 2011 con 4 mil 910 horas de vuelo. El copiloto, teniente Pedro Ramón Escobar tenía de experiencia, a julio de 2011, mil 404 horas de vuelo”.

 

El problema de las versiones oficiales siempre termina en lo mismo.

 

Los pilotos no se pueden defender y los humanos cometen errores humanos. Negar o poner en duda cualquier “verdad” oficial (sobre antes de tenerla) es una herejía y ahora sabemos, una falta de respeto a los difuntos.