La verdad, en un mundo donde la cultura política se regodea con la hipocresía, es un tesoro. En realidad, para la mayoría de los políticos, la verdad es un mal necesario pero, si se logra prescindir de ella, mejor, ellos se encargarán de simularla.

 

En efecto, la híper transparencia abruma a los políticos, es el costo de vivir sobre un océano de información. El control se rinde abrumado por la fuga de palabras. Un despiste, en tiempos pasados, no pasaba de la anécdota. Hoy, es distinto. Termina en ridículo o en renuncia. “Es una culona inchiavabile (culona incogible)”, así se refirió Berlusconi de la canciller alemana Angela Merkel durante una conversación con un amigo empresario; Jorge Batlle, cuando era presidente de Uruguay comentó: “(Los políticos argentinos) son una manga de ladrones del primero al último”; Gordon Brown, después de que fuera interpelado por una señora durante un acto de campaña dijo: “Eso fue un desastre. Nunca debieron haberme puesto a hablar con esa mujer. Era una intolerante”.

 

Después llegó Wikilekas, el YouPorn de la política. Julian Assange descargó millones de despachos diplomáticos estadounidenses con los que puso en evidencia comentarios y opiniones, en ocasiones frívolos, de funcionarios.

 

Ahora llega Sarkoleaks, los traspiés del intrépido y trasmoderno presidente francés Nicolas Sarkozy.

 

Que no nos sorprenda, lo advirtió Yazmina Reza en su magnífico libro El alba la tarde o la noche (Anagrama). Sarkozy presenta rasgos que revelan una infancia no satisfecha, de ahí su gusto por recurrir a bromas infantiles. Reza matiza lo anterior a través de su encuentro con el propio Sarkozy pocos días antes de convertirse en presidente de Francia. El entonces candidato le declaró: “Mira, tú has estado cinco años en cartel (teatral) en Londres, dos años en Nueva York, pero en Saint-Étienne no eres nadie”. A ésta ciudad, Sarkozy invitó a Yazmina Reza para que asistiera a su mitin de campaña.

 

Pero lo que ocurrió en Cannes no es una expresión de una infancia retenida, en realidad, es un error de principiante. Pensar que los micrófonos permanecen muertos en una atmósfera hiper mediática, es algo más que inocente.

 

“(A Benjamín Netanyahu) ya no lo puedo ver, es un mentiroso”, le comentó Sarkozy al presidente Obama durante la reciente reunión del G-20. “Tú estás harto, pero yo lo tengo que tratar todos los días”, le respondió Obama.

 

Los periodistas que escucharon la conversación a través de audífonos de traducción, hicieron mutis hasta que el portal Arrêt sur images describió el despacho Sarkoleaks. ¿Pacto entre periodistas ante la imposibilidad de comprobar lo dicho?

 

Ni Le Monde ni Liberation ni Le Figaro ni, lo peor, ni la edición electrónica de Le Nouvel Observateur recogieron el testimonio del portal Arrête sur images. La fuerza de las palabras ameritaba matizarlas. Si se quiere, entre comillas y signos de interrogación. Pero la ausencia delata un posible pacto. Pero con las grietas de la globalización es imposible guardar las palabras. Le sucedió al entonces presidente Aznar cuando intentó sortear la autoría del atentado en la estación de trenes de Atocha. “Fue ETA”, se aventuró a decir, persiguiendo la estela histórica del terrorismo en España. Desde Londres, la cadena CNN transmitía el comunicado del grupo islámico quien se adjudicaba el atentado. Aznar mintió y su delfín Rajoy, perdió.

 

Con el sarkoleaks se demuestra que las relaciones diplomáticas son representaciones teatrales donde los buenos modales se convierten en el único mensaje. Detrás de ellas se esconde la realidad.

 

fausto.pretelin@24-horas.mx | @faustopretelin

 

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