Si el medio es el mensaje como quiere Marshall McLuhan y algunos otros, el e-book trastocará de manera definitiva  el espíritu del libro. Dejará de ser un  objeto para compartir ocio, conocimiento, historia para convertirse en una mercancía de nicho: no más prestamos de mano en mano, ni  punto de encuentro entre los diferentes.  Sólo tendrán lectores digitales quienes puedan comprarlos,  quienes tengan acceso a un tarjeta de crédito para poder adquirir libros en línea y  cuenten, claro, con conexión a internet.

 

La tecnología de punta siempre ha provocado espejismos. De la primer película que muestra  el paso de un tren proyectada por los hermanos Lumiere que causó pánico entre los asistentes, al triunfo de Obama que fue atribuido por muchos al uso  de las redes sociales. Las revueltas de jóvenes en África entusiasmaron a no pocos observadores de todas partes del mundo que vieron en las herramientas digitales el instrumento para derrumbar regímenes totalitarios. ¿Y no se dijo que los Black Berry encendieron la mecha entre los jóvenes españoles?

 

Quienes ven en la tecnología la herramienta para la emancipación de los pueblos olvidan que  Obama contaba con  un bien estructurado proyecto político (tenía algo que comunicar a través de  las redes sociales),  y los activistas egipcios que sorprendieron al mundo no fueron precisamente  hijos de la espontaneidad. Fueron jóvenes sindicalistas que sin su formación política difícilmente le habrían sacado el provecho a la tecnología como lo hicieron.

 

¿Y si el medio es el mensaje, si el mero uso de la tecnología emancipa, por qué en China con tantos usuarios de internet no florece la democracia? ¿Y entre los jóvenes árabes la mujer sigue siendo un personaje de segunda? ¿No habrá sido  la gasolina del desempleo la causante del incendio en España y entre los jóvenes chilenos  la falta de  trabajo y educación y no el uso de teléfonos celulares?

 

Por muchas ventajas que ofrezca, la tecnología no es  un elemento  emancipador en sí mismo. No nos hace libres ni mejores.  Si la publicación de la Biblia de Lutero dio un duro golpe al Vaticano, no fue sólo por la tecnología de Gutenberg de tipos móviles sino  por el trabajo del reformador al traducirla al alemán y promover su lectura en plazas, pueblos, iglesias;  por su nuevo credo basado en la lectura; por su crítica a la venta de indulgencias  y por desafiar directamente al Papa cuando rompió en l aplaza pública el documento en el que lo excomulgaba.

 

Debo a Yolanda Cruz un dato revelador.  La práctica de la lectura entre las comunidades protestante y católica  tiene más de dos siglos de diferencia. Las primeras comenzaron a leer con fervor a partir de la Reforma mientras que los segundos sólo después de la Revolución Francesa. No es casual que  la industria editorial haya florecido en los países protestantes y que en ellos nacieran los e-book, el face-book, el  tweeter y el e-mail. Sólo los lectores pueden encontrar nuevos caminos a la lectura. Pero de allí a pensar que esos caminos  fomentarán por si mismos  el habito a la lectura sólo puede ser la fantasía de un no lector.

 

El medio no es el mensaje. Los acontecimientos de la aldea global así lo muestran.  Pensar que se fomenta la lectura usando  tecnología de punta equivale a querer formar buenos funcionarios comprándoles automóvil  de lujo.  De nada sirve hacer un libro digital de un personaje como Octavio Paz, Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez  si se carece de una política concreta de fomento a la lectura.

 

Hace un año un amigo quiso saber cuántas salas de lectura existían en el país, dónde se encontraban y cuáles eran sus colecciones.  Y la respuesta oficial fue contundente: no le podían dar esos datos por razones de seguridad. Dar la dirección de esos Centros de Lectura ponía en riesgo a sus integrantes. ¿Así se fomenta la lectura?

 

Al principio de su mandato George Bush redujo el presupuesto en bibliotecas para dar paso a las nuevas tecnologías para reforzar la educación y fomentar la lectura. Un par de años bastaron para demostrar que los niveles de lectura habían disminuido y que los jóvenes usaban la tecnología más que para estudiar,  para pasar un rato jugando. Revirtió su política modernizadora y los niveles de lectura se comenzaron a recuperar.

 

Al fracaso educativo del país no lo redimirá la tecnología de punta como algunos funcionaros de educación y cultura suponen. Sin lectores imposible formar nuevos lectores.