La innovación es, sin duda, la divisa de cambio. Es un concepto que se traduce en competitividad y desarrollo.

 

México tiene que apostar por la innovación. Y la mejor manera de contar con una población con inventiva es inspirándola. La creatividad del mexicano es notable pero esa capacidad ha sido, por necesidad económica casi siempre, mal encauzada en muchos casos.

 

No es un secreto que temas como la corrupción, la desigualdad social, el inequitativo reparto de la riqueza, impunidad e injusticias de toda índole fomentan en un país el contrabando, comercio informal -ilegal- el cual, además de no pagar impuestos, invadir la vía pública, robarse la luz y evidenciar corrupción, son el punto de venta de artículos robados o pirata, suministrados por el crimen organizado.

 

Nos guste o no lo anterior es una forma de innovación en México. Es una expresión creativa mal encauzada por mucha gente que, ante falta de oportunidades, necesita hacer lo que sea para subsistir en un contexto social torcido, cimentado en prácticas perniciosas de corrupción e impunidad.

 

Entonces ¿cómo hacer que la gente concentre su inventiva en actividades legales, cuando aún hay funcionarios de segunda que hacen todo lo posible para que un emprendedor no pueda abrir su negocio si es que éste se niega a dar una lana por abajo del agua?

 

¿Cómo lograr que la gente sea innovadora cuando autoridades o líderes sociales ofrecen a personas desempleadas permisos chuecos para poder comercializar ilegalmente en un tianguis a cambio de una cuota mensual?

 

¿Cómo lograrlo cuando el gobierno cobra impuestos a un padrón de contribuyentes cautivo que, por fuerza, tiene que mantener a una millonada los evasores -como los comerciantes ilegales que aseguran pagar impuestos por el hecho de darle una cuota a un líder o a un inspector de zona-?

 

Pareciera utópico suponer el rompimiento de ese escenario pernicioso en un país cuya población lee al año un promedio de medio libro por habitante, que alcanza una media escolar de 8.6 grados, que padece severos rezagos sociales y que, además, penosamente se destaca en las listas internacionales de percepción de corrupción.

 

En este contexto tanto la “nueva” clase política como los empresarios, líderes de opinión, comunicadores, académicos y demás actores sociales, todos, estamos obligados a predicar con el ejemplo: a innovar desde nuestra trinchera.

 

Es urgente que los políticos innoven para concretar los cambios que ayudarán a enderezar el rumbo social del país: modernizar la política educativa, consensuar las reformas estructurales, combatir a la impunidad, denunciar y castigar al corrupto, respetar la ley de cultura cívica…

 

Es imperativo también que la iniciativa privada sea más innovadora para producir y generar más y mejores empleos. Que los maestros orienten e inspiren a los estudiantes a ser emprendedores en vez de aspirar al sueño del siglo pasado de hacer carrera en una compañía transnacional hasta la jubilación.

 

¿Será posible hacer de la innovación, creatividad o inventiva del mexicano un motor competitivo para el país si no rompemos con las inercias asociadas a la corrupción, desigualdad, injusticia y cotos de poder?

 

El desempeño de funcionarios públicos imaginativos que empiecen a superar rezagos sociales con soluciones creativas, la labor de empresarios inteligentes que detonen más oportunidades y el protagonismo de maestros y padres con visión excepcionalmente innovadora en la educación de los niños, será la clave para activar la innovación, la inventiva bien encauzada de la gente.

 

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