Para algunos privilegiados, el tiempo se congela. Para algunos disciplinados, la eternidad se hace con balón.

 

Vemos una imagen de mediados de 1999; es la final de la Copa Confederaciones, México contra Brasil, en el Estadio Azteca. Con el mismo número cuatro tricolor y con la misma capacidad para desprenderse de su área para clarificar el juego, Rafael Márquez pasa de la media cancha y sirve a Cuauhtémoc Blanco el que será el gol mexicano de la victoria, del título, de la primera coronación en torneo oficial.

 

El mismo Rafa, pero entonces rodeado de titanes que ahora parecen de otra época, que ya remiten a otra mitología: Jorge Campos y Claudio Suárez, Ramón Ramírez y Pável Pardo, el hoy director técnico Palencia y el hoy alcalde Cuau; entre todos los tricolores que alinearon esa noche, 80 años de haberse retirado.

 

Márquez todavía no acudía a su primer Mundial y desde entonces ya fue a cuatro. De hecho, tras el de Sudáfrica 2010, lloraba en los intestinos del Soccer City de Johannesburgo e insinuaba que era momento de dejar a la Selección, de hacer hueco para una generación que fuera capaz de brincar esa barrera de octavos de final. Un mensaje que se atoraba en su garganta: “Queríamos hacer historia, justo ahora queríamos mostrarle al país que otras cosas se pueden hacer, queríamos inspirar… Y no pudimos”.

 

En ese mismo escenario sudafricano, el capitán había marcado el vital gol del empate en la inauguración frente a los locales, como cuatro años antes en Leipzig había anotado a Argentina en octavos de final, como cuatro después anotaría a Croacia en Recife propiciando el pase a la segunda ronda. En esos tres casos mundialistas, como en el gol del viernes pasado frente a Estados Unidos, con fiereza y oportunismo de goleador.

 

Su primer tiempo en Columbus fue intenso e impecable; si algo le faltó de piernas, lo sustituyó con la prudencia que en el pasado no siempre exhibió. Para la segunda parte, sus ganas estaban intactas, pero no así el fuelle; la Selección Nacional lucía condenada a durar lo que los pulmones de su capitán, hasta que con lo que le quedaba, el 4 se ocupó de definir la victoria. El Rafael que estuvo en el inicio de la maldición en febrero de 2001 volvió a Ohio 15 años y nueve meses después para terminarla: ni dos a cero en el más chillante tono, ni más derrotas ni empates que sirvieran para relativo decoro: ganó el Tri porque como nunca en esa cancha siberiana fue mejor.

 

En su festejo, Márquez corrió hacia el córner izquierdo, tal como cuando perseguía el jarabe tapatío de Cuauhtémoc en 1999, sólo que esta vez para abrazarse de algunos muchachos que, por su edad, no pueden recordar aquel momento: Irving Lozano, Jesús Manuel Corona, Carlos Salcedo.

 

La pregunta vuelve como su festejo. ¿Por cuánto tiempo más, Rafa? Visto su estado, vista la imperativa necesidad que de él mantiene la Selección, va rumbo a su quinta Copa del Mundo. El que se iba tras Sudáfrica acelera hacia Rusia.

 

Sí, para ciertos privilegiados, el tiempo se congela: premio que el caprichoso balón ofrece a algunos, a muy pocos, de quienes le han mostrado más amor.

 

Twitter/albertolat

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