La emergencia que puso a México tan cerca de quedar fuera de su primer Mundial en más de dos décadas, que le hizo depender de un milagroso rescate a cargo de la selección estadounidense en Panamá, que le llevó hasta Nueva Zelanda para disputar la recalificación tras el rebote de cuatro seleccionadores, inició como una crisis en casa.

 

 

Cuando el 6 de febrero de 2013 Jamaica visitó el Estadio Azteca, el clima resultaba de máxima euforia; era reciente la medalla de oro en Wembley, nos vanagloriábamos con los éxitos sub-17 y sub-20, se pensaba que al menos tres brillantes generaciones tricolores podían mezclarse de la mejor forma, multitud de elementos nacionales brillaban en el futbol europeo.

 
Ese día, no sólo México fue inoperante al ataque, sino que incluso se salvó de la derrota por sufridas atajadas de Jesús Corona. La súbita ruptura con la afición se resumió en un insulto del Maza Rodríguez, en medio de inconformidades y abucheos.

 
Para una selección que, en cuatro ediciones del Hexagonal mundialista, apenas había cedido en casa una derrota (el primer Aztecazo, a manos de Costa Rica en 2001) y un empate (en 1997 también con los Ticos, pero con el Tri ya calificado a Francia 98), esa igualada sin goles ante Jamaica era imposible de digerir; marcador que, lejos de usarse como semáforo, se tomó como mera excepción, como vil anécdota resumida en el tópico “así es el futbol”.

 
Difícil visualizar que en eso se convertiría el camino hacia Brasil 2014: en la negación permanente de nuestra fuerza como locales. En los siguientes cuatro partidos en el Azteca, México se llevaría otro par de empates a cero, una derrota (a manos de Honduras, la destitución de Chepo de la Torre) y la más agónica victoria (2-1 a Panamá, la chilena de Raúl Jiménez).

 
La era de las goleadas, de los paseos triunfales en Santa Úrsula, de la garantía de sumar de a tres en tres puntos en casa, había terminado. Etapa que solapó flojos accionares de visita, sabedores de que bastaba con hacer la tarea, bajo resguardo y apoyo de 100 mil aficionados en la capital, para viajar con tranquilidad al Mundial.

 
Este viernes tenemos una especie de borrón y cuenta nueva en la otrora fortaleza azteca. Especie, sólo eso, porque a ninguna selección en la región le quedan ya dudas de la viabilidad de irse de esa cancha con puntos, porque lucen lejos los años en que salían enconchados a resistir más que a jugar, porque el pánico escénico se diluyó.

 
México sólo recuperará esa jerarquía, volviendo a ser lo que fue; ya en casa y fuera, ya en cuanto torneo de la Concacaf se organice y sin supeditarse a penosos auxilios arbitrales.

 
El día para iniciar ese camino de vuelta a la supremacía, es este viernes. El sinodal no podía ser más idóneo: esa Costa Rica que logró mucho antes que el Tri la meta del quinto partido, sin titubear ante el único grupo mundialista en la historia que ha incluido a tres campeones del mundo; esa misma Costa Rica que, mientras aquí nos limitamos a la petulancia, se enfocó en lo que más nos ha faltado: trabajar, poner seriedad de final a todo minuto y ante todo rival.

 
Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.