En un futbol que suele llamar romántico al que nunca quiso cambiar de equipo e idealizar al que se aferró a posar para la eternidad con el mismo uniforme, es curioso que resulte tan entrañable el personaje más opuesto a ese valor de fidelidad.

 

Si Francesco Totti es el más monógamo de los dioses del balón en su idilio platónico con la Roma, Sebastián Abreu bien podría verse como el Rey de Suazilandia que a cada año agrega una nueva esposa a su harem. ¿A cuál quiere más? ¿Acaso tiene tiempo, corazón y vigor para todas? ¿Con cuál se identifica? ¿Cuántas le generan un significado especial?

 

El apodado “Loco” ha brincado de equipo 29 veces y está por jugar con su club veinticuatro en diez países. Es fácil recordarlo haciendo goles en México, aunque difícilmente existirá consenso sobre el club con el cual retenerlo en la memoria. ¿Con los Tecos de cuadrícula rojiblanca? ¿Con Dorados o San Luis? ¿Con Cruz Azul o Monterrey? ¿Con Tigres o América?

 

De hecho, en tan largo y diverso recorrido, ha celebrado anotaciones con absolutamente todos sus equipos; en algún caso, como con Beitar de Jerusalén, con tres tantos en apenas cinco apariciones. Su última etapa con el Santa Tecla salvadoreño ha cerrado con un título y buena dosis de idolatría de parte de la afición local. Sin embargo, este experto en el arte de la insatisfacción crónica, este nómada del balón, tiene que cambiar continuamente de lugar, lo que le lleva ahora a uno de los clásicos menos glamurosos de Río de Janeiro.

 

El club Bangú no cuenta ni con los recursos ni con las vitrinas de Flamengo, Botagofo, Fluminense o Vasco da Gama, pero sí representa a un barrio orgullosamente obrero de la región carioca; el nombre de su estadio lo dice todo: Proletário Guilherme da Silveira.

 

Célebre por haber sido de los primeros cuadros en alinear negros y mulatos (el honor se lo disputa con el Vasco), la palabra Bangú desciende de un término africano para denominar los complejos azucareros que explotaban a los esclavos.

 

Quizá por tanto amor repartido (pienso en Big Love, la espléndida serie televisiva sobre poligamia en la cultura mormona), Abreu porta debajo del uniforme una casaca con dos escudos que refrendan sus genuinas devociones: Nacional de Montevideo, al que ha ido hasta en cinco etapas, y la selección uruguaya, para la que siempre ha estado al grado de ser uno de los grandes ídolos del barcelonista Luis Suárez.

 

El Bangú gozará, aunque sea en un efímero amor de verano, de un futbolista único. Detrás de sí, el cuarentón Abreu dejará en el Prolétario Gilherme (también conocido como Estádio Moça Bonita o Muchacha Bonita), lo que siempre: goles, locura y nostalgia.

 

Twitter/albertolati

Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de 24 HORAS.