A Heberto…. Fuerza y calma

 

En medio de la crisis de seguridad, aparece una noticia que reanima la esperanza de largo plazo. La revista The Economist de esta semana dedica su reportaje principal a analizar la constante reducción de la violencia en los países desarrollados. Desde los 90, esta tendencia empezó por marcarse en EU y paulatinamente se expandió a Europa. Los resultados se mantienen a pesar de la crisis económica y el desempleo.

 

El semanario resalta cómo las teorías de conservadores y liberales quedaron por los suelos. Los primeros argumentaban que la ruptura del núcleo familiar y la migración destrozaría la paz social. Los segundos afirmaban que el crimen no podría ser controlado mientras persistieran la pobreza y la desigualdad. Ambos grupos fallaron. Los jóvenes, a pesar de crecer en familias monoparentales y ser ávidos usuarios de videojuegos son menos violentos que antes. El mayor progreso lo presentan las ciudades estadunidenses, donde el número de crímenes violentos cayó 32% desde 1990 y 64% en las más grandes.

 

La explicación, como en todo cambio social importante, es multifactorial. Por un lado, está el fenómeno demográfico: la población ha envejecido pero esto no es suficiente. El resultado, de hecho, tiene más que ver con la reducción de individuos que optan por ser delincuentes que con el refuerzo de estrategias policiales.

 

La política social, urbana, educativa y de combate de adicciones, aunada a la adecuada focalización de policías de proximidad, ha desincentivado el crimen. Se redujo la violencia intrafamiliar; los jóvenes pasan más años en casa de sus padres y la mayoría cursan educación superior. Disminuyó tanto el consumo de cocaína y heroína como el número de jóvenes que ha probado alguna droga.

 

En las ciudades, la repoblación de las zonas centrales ha sido crucial en la reconfiguración vecinal. Se rescataron espacios públicos y aumentó la presión social hacia los gobernantes sobre el tema de seguridad.

 

La tecnología incrementó la efectividad de las investigaciones al mejorar la detección y ubicación de los criminales (pruebas de ADN, cámaras, geolocalizadores en teléfonos y vehículos). La seguridad se democratizó: tiendas, edificios y casas invierten cada vez más en protección. Los criminales pueden delinquir menos, la probabilidad de ser castigado es cada vez mayor.

 

En resumen, lo que las economías avanzadas demuestran es que las estrategias de prevención y atención social tienen un impacto claro, medible y de largo plazo. Atienden el problema de raíz.

 

El tema es relevante para México. Ante el cambio de administración, muchas son las voces, dentro y fuera del gobierno, que desprecian las estrategias de prevención social. Prefieren la compra de armas y la contratación de policías. Los grupos de interés, incluidos el gobierno estadunidense y sus proveedores de equipo no pierden oportunidad para presionar.

 

La semana pasada, con la detención del Z-40, estas voces se reanimaron. Crecieron los aplausos que son como el canto de las sirenas para una administración joven y ávida de resultados. El Presidente, emocionado, incorporó a su discurso la caza de los 140 más buscados. Marginó la relevancia de su estrategia de prevención social. Prevención y contención del delito deben ir de la mano y la narrativa oficial pierde fuerza si cae en la tentación del aplauso fácil como hizo su antecesor.

 

Peña prometió paz. La captura de un capo no es suficiente para lograrla. Los delitos del fuero común se mantienen. Su reducción, como muestra la investigación de The Economist, se logra con paciencia y con trabajo tanto policial como social pero está sujeta, antes que nada, al combate de la impunidad, cuya prevalencia sólo garantiza que todo recurso destinado a la seguridad caiga en un barril sin fondo.