El espionaje en el siglo XXI tiende a ser lúdico porque su disfraz son los metadatos, ese planeta de dígitos que bien pueden representar al infinito pero que en realidad el cerebro humano cree que no lo puede llegar a cuantificar, es decir, a comprender.

 

Si Facebook y Twitter le presenta a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) las huellas de posibles delincuentes o terroristas, el efecto de espionaje se diluye en el sentido urgente de la demografía lúdica por usar las redes sociales para potenciar su protagonismo cotidiano. ¿Quién dice que el anónimo no es el personaje estelar de las redes sociales?

 

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Si Apple aporta a la NSA las imágenes capturadas desde las laptops personales de cada uno de los usuarios, entonces el espionaje se diluye ante el asombro.

 

El iPhone y similares son objetos deseados por lo que el costo beneficio (incluyendo el espionaje en el costo), al parecer, es positivo: son más los beneficios que nos aportan que el costo de ser espiados. En efecto, pensamos que existe una baja probabilidad de que seamos espiados. Y si así fuera, dicen algunos, significa que somos protagónicos, que podemos cambiar al mundo a tuitazos.

 

Donde el espionaje tiene poco de lúdico es en las industrias y en la política.

 

La canciller alemana, Angela Merkel, es el único icono europeo del momento. Probablemente el anterior a ella fue Tony Blair. Si el británico contribuyó al mapa político a través de la Tercera Vía, la alemana mantiene firme en toda la zona euro la política de gasto austero. Así, los gobiernos de Grecia, Portugal, España, Irlanda y, quién lo hubiera imaginado, el de Francia de Hollande se han plegado al algoritmo de Merkel. Simplemente hay que seguir las quejas del ministro de Economía griego, Yanis Varoufakis, para corroborar que el partido radical de izquierda en el poder, Syriza, con Alexis Tsipras al frente, se encuentra en un proceso de adaptación al ecosistema diseñado por Merkel.

 

Pero hay algo que comienza a molestar a los europeos, en particular a los austriacos y a los propios socialdemócratas germanos: el gobierno de Merkel ha colaborado con la NSA dejando que los estadunidenses extraigan cantidades superlativas de metadatos (información sobre llamadas telefónicas, mensajes de texto y correos electrónicos).

 

La contraparte alemana de la NSA, el Servicio Federal de Información (BND), llegó a entregar hasta 1,300 millones de metadatos al mes a la NSA de acuerdo a lo publicado por el periódico alemán Zeit el pasado martes. La información confirma lo que varios medios revelaron hace dos semanas pero detalla la cantidad y tipo de información que el BND comparte con la NSA. Algo más, el tándem NSA-BND espía a Austria, instituciones de la Unión Europea y posiblemente a Francia.

 

Austria ya pegó un grito al cielo mientras que Hollande ya lo sabía desde hace más de un año.

 

La decepción, o si se prefiere, la caída súbita de popularidad de la canciller Merkel (de 70% a 65% de aprobación desde que se dio a conocer la colaboración entre la NSA y el BND) no se refiere al espionaje per se, sino a la falsa actuación y mentiras del icono europeo. Roland Pofalla, que en el pasado gobierno de Merkel fue el ministro de la Cancillería, comentó que Estados Unidos se encontraba acordando un pacto de no espionaje con Alemania, y lo hizo después de que documentos de Edward Snowden revelaran que la NSA mantenía intervenido uno de los teléfonos celulares de Angela Merkel.

 

La propia Merkel se indignó cuando se enteró de que era espiada por la NSA: “Entre amigos no deben de haber espionaje”.

 

Sabemos que los amigos no espiados por Estados Unidos son Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Reino Unido. Saquemos conclusiones del silogismo.