Siempre escribo temprano en las mañanas o en la nube insomne de la noche. Los insomnes hacemos de la vigilia el valor de la creatividad. Y es así porque imaginamos. Soñamos despiertos mientras el resto duerme y nos hacemos poderosos porque esa imaginación la categorizamos a las fantasías reales más inimaginables.

 

Ahora es de noche. Sobrevuelo el corazón inacabable del Atlántico, allá donde dicen que las islas Bermudas se tragan a las aeronaves en un triángulo maldito como la gigantesca mano que aparecía en los confines del océano, allá por el siglo XV y que borraba cualquier intento de descubrir América. Lo que no sabía aquella mano que fagocitaba las naos es que ya había sido descubierto un continente inmaculado.

 

Las turbinas del avión son incansables tanto como mi nostalgia por lo que dejo atrás: mi tierra mexicana, ese pedazo de tierra que florece en mi alma, que lo cargo en la maleta de mi espíritu, que lo llevo en todos y cada uno de mis pensamientos. Porque México, mi México es el acorde de una sinfonía; es esa música de fondo que llevo dentro, muy adentro.

 

Por eso, mientras la experiencia va sedimentando la tranquilidad del tiempo, veo a mis hijos crecer, hacerse mayores. Veo a dos Méxicos paridos con dolor de la misma sangre. Sus almas son la invocación al azul del mar del Caribe, a los amaneceres en la parroquia en Veracruz, a los corridos y sus historias como la del caballo blanco, a la creación y la imaginación de la china poblana o el chile en nogada de la bella Puebla. Lo vivo en el desierto inmenso y misterioso de Sonora y también en los Pueblos Mágicos de Hidalgo, y en el aroma del café de Chiapas, y en las Barrancas del Cobre en Chihuahua, y en el Valle de Calafia o de Guadalupe en Ensenada o en la Ciudad de México donde atesoro gran parte de mis recuerdos de siempre. Todo eso está grabado en la sangre de mis hijos, de mi descendencia, para que permanezca para siempre en mi memoria.

 

Por eso, cada vez que me voy, no lo hago del todo. Dentro de mí sigue esa nostalgia que me llevo, y me aleja, y me acerca y me detiene en el tiempo; en ese tiempo íntimo que sólo nos pertenece a México y a mí.

 

Llego a Madrid, a mi Madrid, a mi tierra, a la tierra de mis padres, de mis abuelos. Amo vivir en mi otra tierra, la que me dio la vida.

 

Me siento orgulloso de ser español y mexicano. Me siento orgulloso del peso de tanta historia que encierro, de la historia de dos países que son el mío. Sólo espero saber corresponder como un hombre de bien, todo lo que he recibido de mis dos tierras.

 

La existencia no termina cuando uno ya no está. Las cenizas son granos de pensamiento de lo que uno fue. Por eso algún día, parte de mi pensamiento descansará en España, pero otra parte lo hará en la tierra enraizada de éste, nuestro México.