Tras el éxito de algunos independientes en las pasadas elecciones, dirigentes partidistas, periodistas, miembros de la sociedad civil y muchos otros reconocieron la actual “crisis de los partidos”, y coincidieron en que éstos deben cambiar por el bien (y la estabilidad) de México. Se habló mucho de la enfermedad pero no de cómo tratarla.

 

Sí, los independientes sacudieron el sistema. No, no sustituirán a los partidos fácilmente en las plazas de poder. Ambos tendrán que aprender a coexistir en armonía –aquella fugaz armonía que permite la política– porque ni los primeros serán los redentores de la sociedad ni los segundos se extinguirán.

 

Los candidatos independientes son –simplemente– una ficha más en nuestro sistema político, como lo son en los otros 95 países (de 220 analizados) que admiten esta figura tanto en elecciones presidenciales como en legislativas, esto con base en datos de la Red de Conocimientos Electorales ACE (Administración y Costo de Elecciones), en la que participan la ONU, el INE, la autoridad electoral canadiense, el Centro Carter, entre otros. Yo apoyo la figura y creo que revitaliza el sistema, pero como en todo, habrá independientes buenos, mediocres y malos.

 

Si bien se habla de crisis de los partidos tradicionales en varios países (España, Argentina, Grecia, Guatemala, etc.), éstos son el principal medio para llegar al poder público en las naciones que se autodenominan democracias. Sin embargo, hay casos en donde un ciudadano no militante alcanza la cúspide política, como Joachim Gauck, actual jefe del Estado alemán (Merkel es la jefa del gobierno) o Mario Monti, primer ministro italiano entre 2011 y 2013 (aunque en 2013 fundó un partido). En México no se puede descartar nada a ningún nivel.

 

La primera y más importante recomendación (por no decir obligación): combatan la corrupción interna y denuncien la externa. Esta es una demanda toral de la sociedad mexicana, y lo saben. Si lo que buscan es credibilidad, no hay de otra.

 

Segunda: mantengan comunicación permanente y recíproca con su militancia, focos de votantes indecisos y la población en general. No basta con que hagan cosas buenas, la gente necesita enterarse que las hacen. Si se les comunica correctamente (de manera constante, consistente, contrastante, creíble y segmentada), estos grupos pueden ser sus mejores publirrelacionistas. Además, muchas herramientas de comunicación actuales permiten atención prácticamente personalizada. Ojo, esto no significa dejar a un lado la mejor interacción que existe: de casa en casa, de cara en cara.

 

Tercera: aprendan a reconocer las derrotas obvias. Pocas cosas ahuyentan al votante como una riña poselectoral o cuando un candidato celebra su “triunfo” aunque haya perdido por 10 puntos. Los buenos perdedores legitiman la contienda electoral.

 

Cuarta: mantengan una relación institucional con los independientes. No cometan el error de atarles las manos con ocurrencias legales o extralegales, porque únicamente los victimizarán. Hay nuevos jugadores, acéptenlo y adáptense. Bloquear la figura que nació para controlar su poder sería darle una puñalada trapera a la ciudadanía.

 

Según el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Pública de la Cámara de Diputados (abril 2015), 75% de los ciudadanos tiene poca o nula confianza en los partidos. Si éstos no modifican viejos hábitos, los independientes –por una mezcla de hartazgo y moda– seguirán creciendo.

 

La culpa –como la inocencia– no es colectiva sino personal, diría Richard von Weizsäcker, presidente y voz moral de Alemania Occidental en los 80. Generalizar es una trampa en dos vías: para el emisor y para el receptor. No todos los partidos son iguales ni todos los políticos lo mismo. Opciones van y vienen, pero lo importante es que logremos contrastarlas con mayor profundidad. La información, en su sentido más amplio, es la herramienta fundamental para separar las buenas de las malas, ya sean partidistas o independientes.