La firma de las leyes secundarias en materia energética, así como el subsecuente mensaje del Presidente en cadena nacional, me dejan una cosa clara: el Cruz Azul seguirá siendo el “subcampeonísimo” y la Selección Mexicana, el “octavosdefinalísimo”.

 

Enrique Peña Nieto dijo, “para los miles de jóvenes que están decidiendo qué estudiar”, las ingenierías y carreras relacionadas con el sector energético tendrán una gran demanda. También mencionó que se producirá más gas, con lo cual se abaratará el combustible doméstico y la energía eléctrica, lo que a su vez impactará en la creación de empresas. “Son reformas estructurales que permitirán liberar al país de las ataduras que le han impedido desarrollarse a mayor velocidad”. Seré franco: no puedo lidiar con el nivel de optimismo que hay en torno a la reforma energética.

 

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Pemex es una empresa profundamente ineficiente, pero la prefiero a las petroleras internacionales. No tengo un rechazo absoluto a la participación privada en el sector, pero tampoco una aceptación plena. No dudo que habrá impactos positivos por las reformas, igual que otros negativos. El fracking me deja muchas dudas, y por supuesto, preveo que esta privatización de actividades sea una repetición de lo que ocurrió en la banca mexicana: empresas extranjeras toman las decisiones y trasladan a sus matrices la liquidez cuando es necesario, sin importar los impactos en la economía mexicana.

 

Mi mayor escepticismo radica más que en los contenidos de las reformas, en el optimismo del mensaje. México no crecía porque Pemex estaba amarrado de las manos. De pronto me acuerdo de las derrotas de la Selección Mexicana en la clasificación al Mundial de Brasil o de las finales perdidas por el Cruz Azul. Siempre hubo una explicación. La última, la que quedó en el corazón de muchos mexicanos, la eliminación en Octavos de Final, por una Holanda mañosa. Pero en Rusia sí vamos a ganar el Mundial o cuando menos lograremos el sexto partido, ya sin las ataduras que nos han impedido el desarrollo a mayor velocidad.

 

No dudo que la reforma energética pueda impactar en el ritmo de crecimiento del Producto Interno Bruto. Dudo que la reforma nos lleve al desarrollo o al “primer mundo”. La misma historia la escuché hace dos décadas con el Tratado de Libre Comercio, y hace 35 con el descubrimiento de Cantarell. La verdad, sólo hay una forma de ganar la Copa Mundial, jugando bien, siendo consistente todo el tiempo, invirtiendo en la cantera, desligando los intereses económicos. Es un trabajo de planeación y ejecución apegada al plan.

 

Las reformas pueden ser buenas, pero si no obedecen a un proyecto de país, a una visión de México a 2050 con un plan para alcanzarlo, y si además vienen acompañadas de un mensaje ilusorio, me gana el pesimismo. Una golondrina no hace el verano. México es un país que planea poco, que sueña poco con el largo plazo, que lo poco que planea lo hace basado en retóricas técnicas antes que metas alcanzables año con año.

 

Para colmo, cada administración reinventa al país. Cada seis años soñamos ser de primer mundo; cada cuatro, campeones. En cada héroe deportivo depositamos nuestras esperanzas, cual Virgen de Guadalupe. Las reformas de telecomunicaciones, política, energética, hacendaria, educativa, pueden ser muy positivas, sin embargo yo todavía no tengo claro cuándo alcanzaremos la alfabetización plena, cuándo pasaremos de 17 a menos de 10 niños muertos por cada mil nacidos vivos, cuándo tendremos cobertura plena de servicios básicos o cuándo dejaremos de escuchar noticias de secuestros y extorsiones a diario. No será antes de que abandonemos nuestra altísima dependencia a la buena voluntad.