Miguel Miranda tiene 22 años y es el director de la telesecundaria José María Pino Suárez, enclavada en la región de la Montaña de Guerrero. Por paredes, su escuela tiene varas, troncos de árbol y hojas de cartón, sus alumnos estudian bajo una lámina que los protege del Sol pero los marea de calor; tener agua potable y baño sería un milagro, pero lo que verdaderamente quiere es un pizarrón para poder dar su clase.

 

Todos los días Miguel consigue transporte a la comunidad de Arroyo Gente; cuando no hay nadie que lo lleve o no pasa el camión, el maestro camina una hora para llegar a su escuelita en lo que es la parte “más fácil” de su día. Lo verdaderamente difícil es dar clase y lograr transmitirles algunos conceptos a sus estudiantes del tercer grado.

 

Dice “lograr” porque hacerlo es un verdadero reto: ninguno de los 14 niños en su grupo habla español -su lengua materna es el musgo- y su propio contexto les dificulta aprender: llegan sin comer, no tienen zapatos y mucho menos cuadernos, sus padres son tan pobres que Miguel y sus otros dos compañeros les compran libretas y plumas con su propio dinero.

 

“En la comunidad hay demasiada pobreza y marginación. No le hace que trabajemos con unos palos: con que tengamos un pizarrón, las herramientas necesarias. No tenemos aulas, tres o cuatro palos sostienen una barrera de cartones, al mediodía los muchachos ya no quieren estudiar: no soportan el calor, los mosquitos, el polvo… difícilmente podemos trabajar así”, relató.

 

El trabajo es titánico, empezando porque los tres profesores de la telesecundaria José María Pino Suárez tienen que ingeniárselas todos los días para enseñarles a sus estudiantes los conceptos más básicos y lograr que los comprendan, aunque maestros y alumnos hablen diferentes idiomas.

 

Miguel se enoja porque lleva dos años visitando la presidencia municipal de Xochistlahuaca para pedirle al alcalde un apoyo para mejorar su escuela; la respuesta siempre es la misma: está en una reunión, está enfermo, no puede atenderlo, vuelva otro día.

 

También le enojan los exámenes del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), las pruebas PLANEA para evaluar el logro académico porque no consideran la situación en que viven, el contexto particular de sus estudiantes.

 

Sus niños no entienden las palabras tan rebuscadas de los exámenes PLANEA y aunque los maestros hacen lo que pueden, muchos de ellos no saben resolver ni siquiera las operaciones más básicas, como las multiplicaciones.

 

“A veces dan hasta ganas de llorar, de decir ‘¿qué hago aquí? pero es nuestra obligación, es nuestro deber con la comunidad. Estamos tratando de inyectarles a nuestros alumnos ánimos y motivación. Tengo una alumna, se llama Clarisa, que tiene muchas ganas de seguir estudiando. Le estoy dando clases todos los días para que entre a la prepa. Es una satisfacción para uno como maestro”, relata.

 

“No claudicaremos, el contexto no permite que trabajemos al 100 y mis alumnos están en riesgo de deserción, pero aquí estamos. Como se dice por ahí, aquí no nos rajamos y aquí vamos a permanecer hasta que las cosas dejen de ser como son”.