Dicen los que saben que la historia se repite primero como tragedia y luego como comedia.
Eso aplica perfectamente Andrés Manuel López Obrador, muestra de ello son sus comunicados tras la elección en el Estado de México, en la que una vez más se quedó en la orilla ante el cerrado triunfo que le arrebató el candidato del PRI Alfredo del Mazo acompañado por toda la maquinaria del poder federal y local.

 
Incapaz de jugar todas las fichas y todos los juegos como él quisiera, Andrés Manuel López Obrador requiere de operadores y títeres para poder desplegarse en sus afanes de control político.

 
Esta vez, como antes a René Bejarano y Marcelo Ebrard, le tocó a Higinio Martínez y a Delfina Gómez jugar en su nombre en el Estado de México, quienes ciertamente vivieron como su nombre todavía pesa y arrastra masas, pero para su desgracia no lo suficiente como para ganar una elección de manera contundente.

 
Sin duda una vez más Andrés Manuel López Obrador se enfrentó al poder del sistema, pero también a una sociedad mexicana a la que no le gusta nada su talante, su discurso, su propuesta, pero mucho menos su desmedida ambición y la forma en que descaradamente pretende engañar a los mexicanos.

 
Por qué Andrés Manuel López Obrador se presenta ante el público común progresista, como un defensor de los derechos de los pobres, como el hombre incorruptible que sin duda no es. A cada mensaje, en cada discurso, en cada tuit, López Obrador se muestra como el autoritario y retrógrada que es.

 
En su delirio, el Peje lanza mensajes “en cadena nacional” como si fuera el presidente de la República, la figura que acaricien sus sueños que no ha logrado abrazar, muestra sin duda de la megalomanía que lo aqueja.

 
Sin duda debe ser frustrante para un hombre con los niveles de ambición de López Obrador no alcanzar el poder absoluto, pero por fortuna la sociedad mexicana todavía tiene límites y todavía alcanza a detectar aquéllos que van más allá de los límites, ya de por sí amplios que se permiten los mexicanos que han sufrido de corrupción, despojo, robo, abuso, delincuencia, desprestigio y muchos más males de los que otros pueblos han resistido.

 
Muchos mexicanos en su desesperación ante el lamentable estado de cosas que han vivido durante décadas ven en AMLO una esperanza para salir de su miseria y marginación, pero muchos otros lo ven en su real dimensión.
López Obrador acusa de su desgracia a la llamada mafia del poder, pero quiénes realmente han detenido su avance y su ambición, no son los empresarios, los políticos priistas, panistas perredistas o los grupos de interés transnacionales.

 
Son los mexicanos que lo alcanzan a ver como el germen de un gobernante autoritario y conservador, más cercano al fascismo que a las ideas progresistas.

 
En 2006 lo detuvieron, en 2012 también, en 2017 en el Estado de México una vez más le pararon los tacos, y muy probablemente en 2018 también lo harán. Y seguido son ellos, los mexicanos mesurados y responsables los que de nueva cuenta no le permitirán llegar a la Presidencia de la República.